UN MALDITO EMBROLLO

 

            Nos pide nuestro presidente Pedro Sánchez, como buen predicador, que no seamos vengativos, ni rencorosos en el asunto de los presos del procès; nos pide magnanimidad y amplitud de miras; nos pide hacer un ejercicio de generosidad, apoyando su decidida intención de indultarlos lo antes posible para conseguir así la normalización de la vida política en Cataluña. 

            Hasta cuatro veces lo repitió, como si dudara de la generosidad del pueblo español, acostumbrado a arrastrar carros y carretas. Sin embargo, quien más quien menos ya esa misma noche se empezó a extrañar de tanta reiteración. Y la pregunta inevitable de repente se planteó: ¿Estamos ante un gesto generoso del presidente o estamos ante una encrucijada que se le plantea al Gobierno de la Nación? ¿No estaremos ante la deuda que Sánchez se comprometió a saldar a cambio del apoyo de los independentistas catalanes con ocasión de la moción de censura que puso a Rajoy de patitas en la calle? 

            Es decir, ¿no estaremos ante un chantaje de Rufián? Porque, de ser así, la situación que se le plantea a Sánchez frisa en lo puramente shakesperiano: alargar su gobierno dos años más para terminar cayendo y sin honra, o perderlo ahora, por falta de apoyos, e irse a casa con honra. 

            El problema, visto desde el ángulo que se vea, no tiene desperdicio, puesto que ya no sólo se trata de que, una vez más, los que estamos ya acostumbrados a envainárnosla hagamos de nuevo ese acto de generosidad que se nos exige, sino de que, por enésima vez dejemos a estos supremacistas de la derecha pujolista, unidos con la izquierda republicaba e incluso con la extrema izquierda de la CUP, no sólo que se veje al resto de España con sus insultos y sus procacidades del manual de Arana, sino lo que es peor, que se mantenga sojuzgada a esa otra mitad de la población de Cataluña que, por sentirse española y catalana, a diario sufre discriminación por parte de estos nazis que, con los instrumentos del poder en la mano, marginan, destruyen, boicotean y cierran el paso a cualquier posibilidad de promoción para ellos y para sus hijos. Lo que se está haciendo en Cataluña, digámoslo de una vez, es machacar a quienes no comparten su ideario antiespañol. Les falta marcarlos o ponerles la estrella de David, aunque todo se andará. Y para quienes crean que exagero, que se informen y vean las posibilidades de promoción que la sociedad catalana ofrece a los que no escupen a España, su bandera o su monarca. El caso de los guardia civiles y policías olvidados a la hora de la vacunación es simplemente uno más.

            Estos que pretenden el indulto sin tan siquiera solicitarlo y sin dolerles prendas a la hora de decir que volverán una y mil veces a  actuar como lo hicieron; estos que incluso quieren que desaparezcan del Código  Penal los delitos de sedición y de rebelión, o sea, la impunidad total; esos que, a cambio de tres años y medio en prisión aspiran a entrar en el santoral de la nueva catalanidad republicana, aunque más educados, son de la ralea del nuevo vicepresidente de la Generalitat, nombrado por Aragonés, cuya “carrera” miserable sólo es posible en un país en franca descomposición. El tal Jordi Puigneró, de la escuela de Puigdemont, ha alcanzado tan honorable puesto a base de insultos –“un español es un mogol con medalla”–, latrocinios y mentiras de manual –Cristobal Colón era un navegante catalán–.  

            Es lógico que comisarios políticos de su estofa hagan juego de encaje con tal de seguir engrosando el patrimonio de don Pujol. Ni Ciudadanos antes, ni ahora el PSC – ganadores ambos de las elecciones autonómicas– tienen nada que hacer con gente que antepone su peculiar racismo, un racismo que separa familias, hijos y amigos. Algo impensable en el mundo en que vivimos. Y, como venimos soportando desde la época de la Leyenda Negra, los malos somos los que no son ellos.    

 

            Juan Bravo Castillo.  Domingo, 30 de mayo de 2021

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