EL CLAN DE LOS PUJOL
Aún resuenan en nuestros oídos aquel canallesco eslogan con el que la Cataluña pujolista, la de Mas y la de Puigdemont (que vienen a ser lo mismo) hacían repicar a diario sus campanas contra el detestado español: “España nos roba”. Por algo Helenio Herrera había inventado, muchos años antes, aquello de que “la mejor defensa es un ataque”. Hasta que un día, por fin, quedó al descubierto la verdadera faz del ladrón. Como en las películas de cine negro, el asesino era el propio detective. El ladrón era el propio Jordi, acompañado por todos los miembros de su maravillosa familia catalana: él, la esposa Marta Ferrusola, y sus siete hijos Jordi, Oleguer, Mireia, Oriol, Marta, Joseph y Pere (el clan de los Pujol), un grupo intocable, imbuido del fuego sagrado del catalanismo. Papá Pujol movía los hilos de la más depurada corrupción (a la catalana) y los siete hijos corrían a Andorra a ingresar puntualmente los dineros del botín.
Mamá Marta, junto con el primogénito Jordi Pujol Ferrusola, se encargaban presuntamente de gestionar la fortuna. Causó sensación la destreza de doña Ferrusola en esa nota manuscrita dirigida al gestor bancario: “Reverendo Mosen, soc la madre superiora de la congregación, desearía que traspasases dos misales de mi biblioteca a la del capellán de la parroquia, y él te dirá a quién se le ha de colocar”. Todo, como vemos, muy religioso, oliendo a incienso, aunque la verdad, como bien explicaba el juez José de la Mata, era bien distinta: “Obviamente, la madre superiora de la congregación no era otra persona que la propia Marta Ferrusola; su hijo Jordi Pujol Ferrusola el capellán; cada misal de la biblioteca era un millón de pesetas (6000 euros) de la cuenta de la madre superiora; y quien respondía al nombre de reverendo Mosen era el gestor Pallerola Segon”.
Causó, por el contrario, miedo (y repulsión) Jordi padre la tarde en que acosado (es un decir) por la comisión parlamentaria, amenazó, con el gesto de ira del oso herido, con empezar a sacudir, como acostumbraba hacer Arzalluz, las ramas del árbol de los secretos malignos, o sea, tirar de la manta. Indudablemente, aquel hombre sabía cosas y no es de extrañar lo que vimos después: un silencio de casi siete años, suficiente para borrar todas y cada una de las pistas, sobornar testigos y, sobre todo, dejar correr el tiempo que todo o casi todo lo cura o lo macera.
Y hete aquí que, por fin, y cuando pensábamos que nadie se acordaba del clan, el pasado 7 de mayo, la Fiscalía Anticorrupción presentaba en la Audiencia Nacional su escrito de acusación contra la familia Pujol, en el que reclama al ex president de la Generalitat Jordi Pujol Soley nueve años de prisión por los delitos de pertenencia a una asociación ilícita (cuatro años) y blanqueo de capitales (cinco años). De los hijos, el peor parado es Jordi Pujol Ferrusola, para quien el magistrado solicita un total de 29 años de prisión, en tanto que para los demás, las penas van de 14 a 8 años de cárcel. La Fiscalía sostiene que el ex president aprovechó su posición política para crear una red de clientelismo conforme a la cual Pujol se repartía los cuantiosos beneficios procedentes de concursos públicos con miembros de su partido. O sea, el célebre 3%.
Las cuantiosas multas que les exige son calderilla para la banda de mafiosos. Llama la atención no sólo el hecho de que la “madre superiora” sea exonerada debido a “la demencia que padece”, sino también la circunstancia de que don Jordi haya cumplido los noventa, lo que nos hace presumir que, aunque salga condenado (que lo dudo), jamás pisará el trullo. Todo esto huele a farsa de lejos, tan lejos como el clan mantiene a buen recaudo la ristra de millones de euros robados al pueblo. Ejemplos como el de esta familia sin fisuras, como el de Ruiz Mateos y el del innombrable Gil y Gil, imagino que serán paradigmáticos y dignos de estudio en las aulas de Derecho de todas las universidades españolas para ejemplo de generaciones venideras.
JUAN BRAVO CASTILLO Domingo 16 de mayo de 2021
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