LOS RESTOS DEL NAUFRAGIO
El triunfo de Isabel Díaz Ayuso en Madrid ha hecho daño. Como un meteorito impactando sobre la Puerta del Sol, de la noche a la mañana, y cuando quien más quién menos se sentía tranquilo, las elecciones a la presidencia de la comunidad de Madrid han roto esquemas y han puesto todo en tenguerengue.
Es evidente que estamos en el siglo de las mujeres. Ayuso, arrasando, y Mónica Sánchez, convenciendo a las exigentes minorías, han hecho trizas las ilusiones de un eminente abogado del Estado, de un muy honorable rector de la Complutense y del ex vicepresidente segundo del Gobierno de España, el polémico Pablo Manuel Iglesias.
La política, justo es reconocerlo, es cada vez más “asunto de muleros”, que le decía Rafael Sánchez Ferlosio al Caudillo. “Asunto de muleros” e incluso, me atrevería a decir, “asunto incomprensible”. Desde que los medios manipulan a la ciudadanía con periodistas sin escrúpulos que te venden la burra en cuanto te descuidas, todo es posible. Decir que la política se ha convertido en un lodazal ya a nadie puede asombrar, y a los hechos me remito.
Lo de Madrid, más que unas elecciones stricto sensu, ha sido una batalla, con bajas muy significativas y anuncios premonitorios. El hecho de que en el momento en que escribo estas líneas, el candidato Ángel Gabilondo esté en el hospital a causa de una arritmia, justo el día en que optaba por renunciar a su acta de diputado, es harto significativo. Moncloa anda como loca repartiendo estopa a diestro y siniestro, buscando víctimas debajo de las piedras, en vez de reconocer humildemente la cadena de errores en la que día a día viene cayendo con individuos como Tenzanos o Iván redondo, miopes y con escasa conciencia. Ciudadanos ha sido un juguete roto de cuyos restos se ha apropiado la derecha, que ya se ve en la Moncloa sin tener que abandonar Génova. Pero el tiro de gracia, esta vez se lo ha llevado Pablo Iglesias, incurriendo en sus errores habituales: una boca que, en cuanto se pone frente a un micrófono, lo traiciona; una vanidad rayana en lo absurdo, y una incoherencia en sus gestos fuera de lo normal. Viendo el meteorito venir, en vez de luchar hasta el final, le faltó tiempo para anunciar su espantada, que, evidentemente, se ha hecho realidad (comprendamos que ver el triunfo de Mónica y Errejón, gente sensata donde las haya, ha debido ser muy duro para su soberbia caudillesca). Y es que el problema en la vida, y todavía más en política, es cuando (y esto va para Pablo, pero también para Pedro), creyéndote divino, sin darte cuenta, empiezas a elevarte, como aquel personaje de Balzac, pierdes pie con la realidad, y, cuando te das cuenta, andas flotando, incapaz de acordarte de dónde vienes y quién eres. Es lo que se llama el síndrome de La Moncloa. De todos modos, y por si Pedro Sánchez creía que esto no iba con él, a doña Susana, que no olvida, le ha faltado tiempo hoy para salir de la madriguera sevillana para recordarnos que sigue ahí, preparada para el segundo round.
A veces un diminuto guijarro termina ocasionando un terrible alud, sobre todo cuando la nieve no está consolidada. El error de Redondo con la moción de censura de Murcia ha sido el guijarro. Lo que ocurra mañana y pasado excede mi cálculo de posibilidades, pero si hay algo que tiene que tener claro el presidente Sánchez es que el señor Casado y la derecha en bloque, con Aznar, Rodríguez y la camarilla en pleno no le perdonan que los echara de su finca, que consideran les pertenece por derecho, y que la batalla no ha hecho más que empezar. Además, a estas alturas, como bien debería saber, aquí, como para la madre abadesa, todo es bueno para el convento, incluida la pandemia. ¡Ojo!, pues con sus consejeros áulicos que, o mucho nos equivocamos, o el que se equivocó fue él poniéndose en sus manos. Es hora, pues, de hacer examen de conciencia.
JUAN BRAVO CASTILLO, domingo, 9 de mayo de 2021
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