LAS TINIEBLAS
El Papa Francisco nos urge a luchar contra las “tinieblas” que se abaten sobre todo el mundo. Nunca habíamos visto al Santo Padre tan atribulado, tan triste y tan impotente como cuando el día 25, asomado al balcón de la logia central de San Pedro, procedió a impartir a los 1.200 millones de católicos del mundo su bendición Urbi et Orbi. Él, que siempre fue un hombre animoso, cada vez se presenta más como un ser abatido, como si los problemas del mundo le pesaran como una losa y Dios permaneciera ciego ante tanta desdicha, tanto sufrimiento y tanta injusticia que se ven por doquier, convirtiendo este mundo en un pequeño infierno en el que sólo vale un dogma: “Sálvese quien pueda”. Bergoglio sabe mejor que nadie la patata caliente que le endosó Benedicto XVI: un mundo en el que los valores que él representa retroceden sin cesar, arrumbados por los nuevos ídolos que arrasan por doquier: el dinero, el consumo y el pragmatismo anglosajón, el de “ande yo