EL DEBATE
Acabo de presenciar el debate de los segundos espadas, con sus tiempos perfectamente calculados y con toda la parafernalia habitual, y el resultado ha sido el previsible: aburrido, muy aburrido, tremendamente aburrido. Lo han intentado, en especial Rufián, que apunta como un excelente parlamentario, pero todo ha sido en vano. A partir del minuto quince, el tedio se ha enseñoreado del debate, en la medida en que surgían los típicos tópicos, los habituales reproches; en una palabra, lo de siempre. No sé cuánta gente habrá hecho la hombrada de aguantar dos horas semejante coñazo, pero es para felicitarlos. Lo que sí me gustaría saber es el porcentaje de los que, como yo, se han dormido, o se han ido a la cama o han cambiado de canal.
Todo me ha sonado a hueco, a aprendido, a insulso, a vacío, como el alumno que se aprende la lección y la suelta de carrerilla sin saber lo que dice. La rutinilla diario. Ya digo, aburrido, muy aburrido. Imagino que sus jefes les habrán echado la bronca, o tal vez no, porque no creo que ellos, el próximo lunes, sean capaces de superarlos. No se dan cuenta de que nosotros también nos sabemos de memoria su discurso y que, en cuanto abren la boca, intuimos plenamente lo que van a decir, salvo cuando se interrumpen alevosamente unos a otros y el moderador, que no quiere ofender, les deja que monten su particular show.
Es lo que pasa cuando se organiza unas elecciones tras otras y se pierde la magia. La impresión, en determinados momentos, ha sido la de siete buhoneros tratando de vender su mercancía. ¿Qué habrán pensado aquellos que esperan con ansias un nuevo gobierno capaz de hacer frente a las mil y una cuestiones pendientes? Una y otra vez resonó en mis oídos el “lasciate ogni esperanza” de Dante. Es como si hubiéramos caído en una espiral de idiocia de la que muy difícilmente vamos a salir. Todos a la búsqueda del voto perdido, por más que la suerte parezca ya echada y todos aspiren únicamente a quedarse como estaban o, todo lo más, a repartirse los despojos de Ciudadanos, partido que parece perfilarse como el gran perdedor.
Viendo el debate, por puro masoquismo, no he podido menos que compadecer a los que se ven obligados a informar a diario sobre lo que nuestra anodina clase política dice, sus pobres ocurrencias, que a menudo se las “soplan” sus íntimos asesores, sus reiteraciones. Resulta, sin duda, patético. Y pensar que nos queda toda una semana de monsergas. Una semana tratando de transmitirnos sus maravillosos planes de futuro, aunque lo que en realidad les interesa, en especial a Pedro Sánchez, que es el que más se juega en este envite, es que la gente no se desanime, que vaya a votar, que no se dejen llevar por el tedio de sus mensajes, porque en realidad ya no saben qué decir. Los veo yendo casa por casa tratando de convencer al personal de sus promesas.
Una vez más Tezanos se ha pronunciado en el último macrobarómetro, muy favorablemente, como no podía ser de otro modo, al PSOE. El problema es que esta encuesta se hizo antes de que ocurrieran los gravísimos sucesos de Cataluña; el traslado de los restos de Franco, y, ahora, la nueva ocurrencia de Iceta, instando a su jefe a desenterrar el tema del plurinacionalismo y la nación de naciones. Temas que engordan de día en día a la derecha, y, en especial, a Vox, que cada vez más se configura como el guardián de las llaves del tarro de las esencias. El término federalismo sigue sin gustar a la gran mayoria de los españoles, harta ya de ver el quilombo autonómico que terminará arruinando a España si Dios no lo remedia. ¿Hasta dónde estarán dispuestos a llegar nuestros políticos para ganarse el voto catalán o vasco? Es difícil saberlo, pero el miedo es libre y ya empieza a adueñarse de amplias capas de la sociedad, hartas de ver cómo los faccinerosos –que otros llaman “violentos”– campan a sus anchas por las calles de Barcelona en número creciente, con el beneplácito de los políticos independentistas.
Juan Bravo Castillo. Domingo, 3 de noviembre de 2019
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