IGLESIAS Y COLAU


            Duele, y mucho, la actitud de Iglesias y Colau reivindicando juntos una Cataluña “libre y soberana” en un momento tan trágico como el que estamos viviendo. El triste papel que estos dos personajes están representando dándole alas a los independentistas catalanes se lo imputará la historia si un día se produce la secesión y se inicia una cadena de taifas que acabe con lo que un día fue España.
            Que Colau, a quien hace tiempo se le vio la pluma catalanista, se haya dejado seducir por los cantos de sirena de Puigdemont y los suyos y donde dijo digo haya terminado diciendo diego, es explicable por su falta de cultura política y su declarado deje demagógico; pero que don Pablo Manuel Iglesias, a quien no le duelen prendas reconocer que aspira a las más altas magistraturas del Estado, se muestre tan escasamente desprovisto de sentido de Estado, no puede por menos de preocuparnos. Parece inaudito que el odio que le ciega –a él y a su compañera Irene Montero– contra Rajoy y contra el Partido Popular, le haya hecho olvidar que es España, su soberanía, lo que está en juego estos días.
            Cómo es posible que este último hable de Estado de excepción por parte del Gobierno de Madrid cuando son los independentistas, que no llegan al millón, los que se han lanzado definitivamente a lo kamikaze al todo o la nada, forzando voluntades, chantajeando al que no opina como ellos, intentando cada día provocar al Estado de mil formas, para tratar de ver a la Guardia Civil o al Ejército actuando en Cataluña y llevándolos a la cárcel para de ese modo hacerse acreedores a la corona del martirio, aunque saben bien que la sangre nunca llegará al río.   
            Libertad y soberanía para los independentistas catalanes cuando ellos jamás han reconocido la libertad institucional de que gozan gracias a la Constitución del 78 y que no han dudado en usurpar una soberanía popular que, como muy bien deberían saber, reside en el pueblo español, en todo el pueblo español, no sólo en ellos. ¿Acaso no se da cuenta Iglesias del continuo chantaje al que este millón de independentistas está sometiendo a más del cincuenta por ciento de catalanes a quienes tienen acogotados? ¿Acaso no ve Iglesias que estos a los que ha prestado su apoyo en un hipotético referéndum actuarían como un auténtico  martillo pilón sobre todos aquellos que caigan bajo el manto de la sospecha de no pertenecer a los suyos? Porque lo que es seguro que entiende, y muy bien, es que el fanatismo no tiene límites cuando de ganar se trata.
            El desconcierto que empieza a padecer España, consecuencia de una cadena de errores a la que nadie con dos dedos de frente puede permanecer ajeno, nos hace ya decir aquello del “me duele España” de la generación del 98. Que en vez de trabajar todos al unísono por enderezar tantas cosas torcidas en este país, que en vez de marcarnos unos objetivos perdurables como nación, los intransigentes como Iglesias se pasen la vida vertiendo veneno contra todo y contra todos es para contarlo. Su postura con Puigdemont y los independentistas sólo puede explicarse por esa cantidad considerable de votos que Podemos recibe de Cataluña, pero de ahí a alentar un proceso ilegal, turbio y partisano que puede llevar a España a su primera gran escisión desde que en 1640 se desgajara Portugal rompiendo la unión ibérica que tanto trabajo había costado realizar a los Reyes Católicos y sus sucesores, es para plantearse seriamente los esquemas de este nuevo político, tan imbuido en su verdad, y tan implacable con los representantes de lo que él denomina la vieja política.


                            Juan Bravo Castillo. Lunes 18 de septiembre de 2017

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