EL CLAMOR SILENCIOSO





            El pasado miércoles, como se sabe, el expresidente de Murcia, Alberto Garre sembraba la polémica en las filas del PP al pedir la renuncia de Mariano Rajoy al frente del partido, tras lo que, como era lógico, numerosos barones y dirigentes populares, empezando por la cúpula nacional, salieron en tromba para defender el liderazgo del presidente del Gobierno en funciones. Entre las defensas más encendidas, naturalmente, estuvo la de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, para quien Rajoy es (sic) “El mejor presidente que ha tenido España”.
            Garre habló de un “clamor silencioso”, y eso es posiblemente lo que más ha dolido a la militancia. Y es que hay verdades como puños que la lógica cortesana exige acallar. Tan sólo a los bufones les era dado decir las verdades del barquero a los reyes de antaño, pero de eso hace ya, por desgracia, una eternidad. Y sin embargo no es la primera vez que una personalidad relevante se ha lanzado a la palestra exigiendo a Rajoy que se mire al espejo. Pero es evidente que Rajoy es ya víctima del “síndrome de la Moncloa” –¡Qué tendrá ese palacio para absorber el seso de sus moradores!
            A Garre se le ha acusado, entre otras lindezas, de despecho, e incluso de estar “de salida”, pero quién no está aquí “de salida”. La política española, tal y como se plantea hoy día, permite decir que, basta un pequeño descuido, para que te quiten la silla. Y eso, Rajoy no lo quiere ver ni en pintura. Ni él, ni su gentil cohorte, en su mayoría varonil, que se aferran a Rajoy como medio de subsistencia, como Pedro Sánchez se aferra a la negociación con la esperanza de que le presidencia de Gobierno salve sus expectativas de futuro.
            España, en la actualidad, es un auténtico guirigay y, menos pensar en el bien común, cada cual se monta su propia película ante el asombro de una ciudadanía que ya se ve votando de nuevo a finales de junio. Puede, quién lo niega, que Alberto Garre chochee, rezume rencor porque no le han dado el puesto de senador, pero nadie en las alturas del PP se para a analizar si es verdad o no, si tiene razón o no. El análisis político hoy día brilla por su ausencia por la sencilla razón de que el ciudadano español es esencialmente cobarde y teme, por encima de todo, perder lo que tiene bien asido.
            Rajoy, por ejemplo, debería saber que, por más que en unas hipotéticas nuevas elecciones logre recuperar media docena de escaños o incluso más, jamás podrá alcanzar la investidura, por la sencilla razón de que, por lo que sea, nadie lo quiere, nadie se fía de él, ni siquiera su aliado natural Albert Rivera, que no sólo se lo ha dicho a la cara, sino que ha pactado con el PSOE. Está condenado al fracaso, como en su día lo estuvo Javier Arenas en Andalucía. Esperar el milagro es fácil, pero tal y como se han puesto las cosas con la corrupción –la segunda gran preocupación de los españoles, recordémoslo– y el saqueo, esperar el milagro es una utopía. No basta repetir hasta el hastío que se han ganado las elecciones; hay que conformar una mayoría y eso no se puede lograr despreciando al contrincante, minusvalorándolo, e incluso negándose a estrechar su mano en público.
            En la vida hay que saber cuándo está uno de más y ponerse de lado, antes que vengan los de la CUP y te saquen los colores, como le pasó a Artur Mas. Mientras tanto, y si persiste en su empecinamiento, yo aconsejaría a sus acólitos interesados en verle seguir, que le regalaran “el arte de hacerse amigos o de granjearse aliados”. 

                                      Juan Bravo Castillo. Lunes, 14 de marzo de 2016

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