EL RAYO QUE NO CESA
Para el poderoso todo está
permitido. El poderoso, como dice La Bruyère, ocupa más sitio cuando se sienta y se repantiga. El
pobre, el vencido, se sienta, tímido, en el borde la silla, temeroso de ocupar
mucho espacio. Los lamentables sucesos del 11-S y posteriormente la invasión de
Afganistán y la guerra de Irak dieron a la todopoderosa USA, fiera resentida
por el zarpazo de Bin Laden, patente de corso para hacer y deshacer sin tener
que pedir permiso y consentimiento a la comunidad internacional.
Todos sabíamos que se habían pasado
mil pueblos, como lo hicieron en Hiroshima y Nagasaki; había fotos, había
testimonios desgarradores, pero al puto amo se le permite todo. No hay más que
pasar por una frontera norteamericana para darse cuenta de la mirada fría como
la de la hiena del policía que te escruta y casi te desnuda, antes de
permitirte, como con compasión, que pases a su tierra de promisión.
Sí, sabíamos que en Guantánamo, ese
campo de “exterminio” que Barack Obama prometió desmantelar, se practicaban
torturas propias de las épocas más brutales de la Historia, eso sí, más
sofisticadas, más terribles. Pero el mundo callaba ante los excesos del
gendarme; de por medio estaba, claro, el horror de las Torres Gemelas, lo mismo
que, en 1945 estaba el horror del ataque traicionero a Pearl Harbour en
diciembre de 1941.
Hoy, por fin, la bomba ha estallado
con la publicación, por parte del Comité de Inteligencia del Servicio de
Estados Unidos, de un informe de más de 500 páginas en el que asegura
palmariamente que los interrogatorios realizados por la CIA durante la
administración Bush a sospechosos de terrorismo fueron “brutales y mucho
peores” de lo que habían admitido inicialmente los agentes, y que, en el colmo
de la desdicha, entre otras cosas porque la gran mayoría eran inocentes, “no
fueron, lógicamente, efectivos”.
Las boñigas no se pueden tener
eternamente ocultas y siempre acaban por aflorar. Entre otras cosas porque,
dígase lo que se diga, en el país de los Bush todavía hay gente decente, por
más que la decencia tarde a veces excesivamente en abrirse paso. El problema,
claro, es el temor generalizado que la salida a la luz de este terrible informe
ha generado, conociendo como se conoce la ley de los islamistas fanáticos.
El informe, por lo que sabemos de
él, se asemeja más a una novela de terror que a otra cosa. La sofisticación de
la terminología recuerda la del Archipiélago Gulag de Solzhenitsin. Waterboarding, que podría parecer un
deporte, es ahogamiento simulado; rehidratación rectal o alimentación rectal,
que podría parecernos terminología médica, no hace falta dedicarle más
explicaciones; junto a ello, privación de sueño durante una semana, baños helados,
etc., meros eufemismos para tratar de ocultar el horror de la humillación, de
la saña, de la ruindad y la canallería de una praxis vergonzante.
Por sus obras los conoceréis, dice
el Nuevo Testamento. Obama, con su blandenguería habitual, que tanto nos ha
defraudado, habla de propósito de enmienda, como un filósofo venido a menos,
pero no se atreve a decir que va a investigar, que va a poner en la picota a los torturadores, que los va a
llevar a la cárcel o a la silla eléctrica. No, lo único que al parecer le
importa, es que no haya represalias y que sus aliados y socios piensen mal de
ellos, como si eso fuera posible.
Juan Bravo Castillo. Lunes, 15 de diciembre de 2014
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