COSAS QUE NO SE TOCAN
Escribe Antonio Muñoz Molina en ese
demoledor ajuste de cuentas con la amarga realidad de nuestro tiempo que es Todo lo que era sólido (Seix Barral),
entre otras muchas sentencias y juicios lapidarios: “Los países inventados por
la clase política –se refiere al Estado de las autonomías– con su gran lujo de
parlamentos, televisiones, empresas públicas, jefes de protocolo, caravanas de
coches oficiales, enjambres de altos cargos y enchufados, mantienen los mismos
fastos de siempre y sólo ahorran con decisión en aquello que es fundamental: en
escuelas, en profesores, en asistencia sanitaria, en investigación científica”.
Ya el hecho de empezar calificando
las autonomías de “países inventados por la clase política” pone en candelero
algo fundamental en el descalabro económico sufrido por España en esta crisis
brutal, y que, a nadie sensato se le oculta, constituye el origen de ésta. Todo empezó… Sí, en efecto. Todo
empezó parcelando el suelo patrio para que nadie se sintiera agraviado con los privilegios que se
pensaban conceder a las mal denominadas comunidades históricas –Cataluña y País
Vasco– y aplicando, por parte de UCD, con el apoyo del PSOE, la lamentable
fórmula del “café para todos”. De aquel café provienen los lodos que Muñoz
Molina señala, implacable, uno tras otro.
En tanto que presidentes –ya el
término en sí resultaba polémico– autonómicos, muchos, justo es reconocerlo,
conscientes de su papel, ejercieron honestamente sus funciones, manteniéndose
en un loable semianonimato. Mas, reconozcámoslo, eso no fue lo habitual. Lo
habitual fue que muchos de aquellos políticos de todo signo, llevados por su
vanidad y rodeados de turiferarios de todo pelaje, se engolaran hasta creerse
verdaderos virreyes y acabar olvidando su verdadera función en el gran tablero
de la administración del Estado.
Fue así como surgieron los Camps,
Aguirres, Montillas, Mas, Chaves, Griñanes compitiendo, como los antiguos reyes
de Taifas, en esplendor, en boato, en altos cargos, en recomendados de todo
pelaje, en fastos, en monumentos, en televisiones encargadas de cantar sus
gestas sin cortapisas, haciendo correr el dinero a espuertas, gastando a
diestro y siniestro, hasta el punto que había gente, como por ejemplo en
Valencia –de ahí que Camps ganara elección tras elección por mayoría absoluta–,
que creía que el presidente tenía una maquinita para hacer dinero que
funcionaba sin parar, o una varita mágica para multiplicar billetes como Cristo
los panes y los peces.
Emborrachados de poder, dueños de
almas y bagajes, caciques cuando no virreyes, adulados por los empresarios,
dueños de las cajas de ahorro, practicando todo excepto la austeridad,
reduplicando más y más funciones, hicieron de la maquinaria burocrática algo
comparable a lo ocurrido en la vieja URSS. Se habla siempre de la “burbuja
inmobiliaria”, pero poco de esta no menos gravosa “burbuja administrativa”, burbuja
que, para colmo de males, sigue sin abordarse decididamente, como no se ha
abordado la imperiosa necesidad de simplificar el Estado, con los millones de
euros que se podrían ahorrar, o la tan traída y llevada reforma fiscal en la
que ricos, riquísimos y gentes sin nómina contribuyesen religiosamente como el
que más.
Pero la realidad es de sobra
conocida, como conocidos de sobra somos los hemos “pagado el pato” hasta casi
hacernos el harakiri. Que se lo digan, si no, a los investigadores de la
Universidad de Castilla-La Mancha. Y, hablando de reduplicaciones, ¿para cuándo
abordar la inaudita reduplicación de la Facultad de Medicina, que tanta sangre
está costando a nuestra Universidad?
Juan
Bravo Castillo. Domingo, 17 de noviembre de 2013
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