¿HASTA CUÁNDO?
¿Hasta cuándo este Gobierno va a seguir tensando la cuerda? ¿Hasta cuándo va a poner a prueba la paciencia del pueblo? (Y llamo pueblo a quienes están sufriendo en exclusiva el acoso de estos políticos nefandos que nos han caído en suerte, los recortes inmoderados: hoy esto, mañana lo otro, pasado otra nueva ocurrencia, siempre con vaselina, exprimiendo y exprimiendo hasta llegar a medidas tan absurdas como la que acaba de anunciar Madrid, imitando, en lo malo, a Cataluña, de hacer pagar, o más bien mendigar, un euro por receta).
¿No se dan cuenta de que la paciencia tiene un límite, por más que se sientan seguros de proseguir la mordida sirviéndose de argucias sutiles perfectamente urdidas por los consejeros áulicos que, como los viejos verdugos, saben cuándo y cómo tienen que seguir apretando sin que el cuerpo entre en un estado agónico?
Que la situación es más que explosiva, no hace falta decirlo: basta con moverse un poco, viajar, hablar con la gente que te encuentras: el camarero, el empleado de hotel, el camionero, el encargado del surtidor de gasolina. Las luces rojas hace tiempo que se encendieron y no se precisa ser mago para aventurar el estallido que se avecina antes o después.
De entre los cuantiosos temas que producen la irritación de la gente, cuatro son denominador común: el ensañamiento para con las clases bajas y, sobre todo, medias; el trato preferencial a la banca; el trato exquisito a ricos y grandes empresarios; y, por supuesto, el descaro absoluto con que actúa la clase política en asuntos de retribuciones.
Pero si hay un tema que desborda la ira de la gente es la permisividad del Gobierno con los bancos a la hora de desahuciar a miles y miles de familias; banqueros que con una mano aceptan el dinero público sustraído a los ciudadanos para sanear sus cuentas, y con la otra no dudan en desahuciar a quienes no pueden pagar la hipoteca de su piso por haberse quedado en el paro, en vez de arbitrar una fórmula puente que evite las terribles escenas que a diario contemplamos en las calles o en la televisión, escenas que te avergüenzan y te hacen replantearte el sentido, ya no de la existencia, sino también de un modelo de vida y de civilización en el que, durante años, mal que bien, creímos.
Policías sacando a rastras a personas que, en el colmo de la desesperación, se atan con cadenas, gritan como posesos, muerden incluso, mientras un sujeto miserable con cara de buitre carroñero –como sacado de una novela de Dickens– espera, con una cartera en la mano, para tomar posesión de una nueva vivienda que pasará a engrosar, a precio de saldo, el infinito número de viviendas embargadas, al tiempo que asisten impasibles a la ruina de otra familia condenada a seguir pagando de por vida una hipoteca, pese a quedarse en la calle.
Viendo escenas como éstas uno se extraña de que no se incremente el número de suicidios e incluso el de venganzas, aunque todo se andará. De todos modos, la situación ha adquirido tales dimensiones que, a estas alturas, a este Gobierno cicatero no le queda más remedio que entrar a saco y revisar una ley anacrónica e injusta, con el fin de evitar que la gente se quede a la intemperie. Seguir haciendo oídos sordos a la voz que clama en el desierto simplemente porque los objetivos de déficit han de respetarse, es simple y llanamente una canallada, máxime cuando vemos a los beneficiados de este desastre riendo entre bambalinas. Hasta ese punto la señora Merkel ha convertido a los políticos sureños en carneros de Panurgo prestos a inmolarse. ¡Qué vergüenza, por no decir asco!
Juan Bravo Castillo. Domingo, 4 de noviembre de 2012
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