EL RETORNO A LA CAVERNA



 

            ¿Qué nos pasa? ¿Qué nos está pasando? Llevamos una semana hablando de las responsabilidades de los lamentables sucesos del pasado sábado en el Madrid Arena: que si el Ayuntamiento, que si la empresa concesionaria, que si los empleados corruptos, etc. Aquí, la realidad es que ocurrió la trágica muerte por asfixia de cuatro chicas, en lo que podría haber sido una tragedia de vastas dimensiones. Un suceso que forzosamente tendría que hacernos reflexionar, antes de que sea demasiado tarde, sobre un modelo de vida, y de diversión, nefando, que a lo largo de los últimos años se ha impuesto y que está destrozando a una gran parte de nuestra juventud. 
            Que miles y miles de chicos y chicas de quince años en adelante –y aún más jóvenes– permanezcan toda la santa noche del viernes o del sábado en orgía de alcohol, droga y rosas mientras sus padres duermen a pierna suelta, es algo que podría parecer inaudito hace años, pero que ahora es la realidad impuesta, y carca el que no entre en el juego.
            Que una gran parte de nuestra juventud necesite del alcohol y de las drogas para ponerse a tono y alcanzar el grado de diversión o enajenación que su cuerpo precisa, es como mínimo aberrante. Noches de orgía y bacanal como las del Madrid Arena, perfectamente orquestadas por los buitres carroñeros que están destrozando a nuestra juventud a cambio de hacerse ricos, no pueden menos de evocarnos los ritos atávicos de los salvajes que, con el rostro pintado y adornados de plumas, danzaban de forma vandálica en torno a la hoguera al ritmo del tan tan, hasta caer exhaustos. La multitud enfervorecida danzando como posesos al dictado del pinchadiscos “horrendo y jodidamente espectacular llamado Steve Aoki”, como lo califica mi buen amigo Fernando Fuentes, no dista mucho de los salvajes, con perdón, de las tribus africanas, con la particularidad de que en Madrid el contagio alcanzaba límites insospechados.
            ¿Cómo no ven estas autoridades tan puntillosas con nuestros hábitos y conductas, que estos comportamientos juveniles fomentan de modo abusivo el alcoholismo, la degeneración de los órganos, la sordera, etc.? ¿Cómo no ver que actuando con esta permisividad estamos dejando que las nuevas generaciones se machaquen literalmente la salud? ¿Cómo es posible que no hayamos sabido inculcarles otros modos de diversión más nobles, apasionantes y enriquecedores? Y digo “hayamos”, porque considero que la responsabilidad es de todos; todos hemos convertido este país en una caverna, y no precisamente la de Platón, donde parece que lo esencial es enajenarse, perderse en el delirio, vivir la noche a golpe de estímulo y así un día, y otro, y otro, hasta que el cuerpo aguante.
            ¿Cómo habrán pasado esta noche los padres, con los precedentes del pasado sábado, viendo marchar a sus hijos de fiesta hasta bien entrada el alba? ¿Qué sueños habrán tenido? Porque no solamente tragedias como las de Madrid Arena les acechan, sino también otras, no por más comunes menos horribles, como las de los accidentes de circulación que de vez en cuando se producen aquí y allá. 
            Pensar que un gran sector de la juventud se nos ha ido de este modo de las manos, exige medidas urgentes, como las que hace un par de años se tomaron en Cáceres, gracias a las cuales hoy, tras semanas de revueltas, todos ven con normalidad que a las dos de la madrugada se cierren los tugurios. Seguir animando a la degeneración etílica es algo intolerable. Lo decía Céline hace setenta años: el alcohol y la droga acabarán con Francia.
 
                                     Juan Bravo Castillo. Domingo, 11 de noviembre de 2012

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