ANTONIO BENEYTO
ANTONIO BENEYTO
Con él número de Barcarola que acaba de ver la luz, íntegramente consagrado a Beneyto, esta revista trata de hacer justicia al artista y compañero que durante décadas ha venido iluminando nuestro quehacer. Beneyto, último exponente vivo del Postismo, ha sido y es un ejemplo de honradez intelectual, de energía y de vitalidad en el convulso mundo del arte en España. Nacido y criado en Albacete, fue uno de los pocos que, en los difíciles años sesenta, se atrevió a romper amarras y lanzarse a la aventura, primero en Mallorca, como secretario de Camilo José Cela, y, posteriormente, en Barcelona, que, con su generosidad proverbial, supo acogerlo como a uno de sus hijos. Enamorado hasta la médula del barrio Gótico, Beneyto asentó allí sus reales, hasta identificarse con él, como la ostra con su concha. Su casa fue siempre centro de acogida y albergue para quienes lo visitábamos desde la provincia. Toda su amplia trayectoria artística y literaria es imposible de explicar sin el concurso de ese entorno: allí halló su inspiración, allí adquirió la videncia y allí se hizo catalán de adopción sin olvidar jamás sus raíces manchegas y quijotescas, omnipresentes en su obra.
Vanguardista de corazón, tal y como se puede apreciar en este amplio dossier, su trayectoria ha sido avalada y apadrinada por los grandes creadores del siglo XX, desde Arrabal, Topor y Jodowroski, pasando por sus maestros, Cela, Cirlot, Gimferrer, Gil de Biedma, Carlos Barral, A. F. Molina, Carlos Edmundo de Ory, Guinovart y un larguísimo etcétera. Fiel durante toda su carrera a su estética entre el Postismo y el Surrealismo patafísico, no dudamos en definirlo como un “raro”, un visionario, un adelantado a su tiempo en la línea de Lautréamont, Rimbaud o Jarry. Todo ello, unido a una honestidad, una perseverancia y una calidad artística heredada de los grandes innovadores impresionistas que tanto tuvieron que bregar para abrirse paso en un mundo burgués y conservador.
Durante los años de gestación de Barcarola, sabíamos de la existencia de Beneyto como un rara avis de la generación anterior a la nuestra atraído como Ulises por el azul inmenso del Mediterráneo en una época todavía de miseria intelectual y oscurantismo. Que un joven de veintitantos años renunciara a un brillante porvenir en la banca para entregarse de lleno a su vocación artística lejos de Albacete, su patria chica, era algo que no podía menos de despertar nuestra admiración. Nos conocimos, por fin, en 1981, con motivo de una exposición suya celebrada en el Museo de Albacete, en la que pudimos comprobar que llevaba la vanguardia en la sangre, e inmediatamente se estableció entre nosotros un vínculo que bien pronto iba a trascender lo puramente artístico para adentrarse en el ámbito personal. Barcarola que, por entonces, tenía dos años de vida y tendía sus redes en busca de apoyos, encontró en Beneyto al compañero ideal en su recién iniciada aventura. Nos encantó de él su sapiencia, su tesón, su inquebrantable fe en el arte, su entusiasmo contagioso, su amplitud de miras, su cosmopolitismo. Era el compañero que nos faltaba para dar un nuevo impulso a nuestra empresa. Desde ese momento, Beneyto se erigió en un miembro importante de nuestro Consejo de Redacción.
Nuestra amistad desde entonces no ha parado de robustecerse. Juntos, hemos ido más allá de lo que nuca pudimos soñar. A su vez, él ha proseguido su infatigable obra, tanto en el ámbito pictórico como el literario. El acto de presentación de Barcarola, el pasado miércoles en el Ateneu Barcelonés, donde también se proyectó la película de Adriana Hoyos, Beneyto desdoblándose, fue un éxito de público y de crítica. Beneyto en Barcelona es una celebridad, y esperemos que en Albacete, este número de Barcarola contribuya a hacerle justicia como artista de élite.
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