CAPITALISMO SALVAJE


 

            Es probable que muchos piensen que estamos ante una tautología: el capitalismo, de por sí, es salvaje, despiadado, bestial, caníbal y hasta indomesticable. Es posible. Pero incluso en los tiempos más avasalladores, siempre fue posible detectar en él puntos flacos, capitalistas capaces de olvidarse un poco de su avaricia para acordarse de quienes estaban al otro lado de la línea roja, los miserables de turno. Además, durante décadas, mal que bien, el comunismo actuó de contrapunto a su voracidad.
            Hoy día, por el contrario, nada se opone a su dominio y expansión. Por primera vez se observa hasta qué punto las clases poderosas incluso se han olvidado del viejo socialismo cristiano, a lo Saint-Simon, que, caritativamente, velaba y se compadecía del sufrimiento de los menesterosos. Por el contrario, lo que vemos es que están dispuestas a desmontar todo el andamiaje construido a lo largo de décadas, conocido como Estado de bienestar, con el fin de seguir engordando como la rana que se comió al buey, con el peligro de indigestión que ello conlleva.
            Se ha tenido que suicidar gente para que, un tanto avergonzados –y presionados –, los dos grandes partidos y sus compinches banqueros llegaran a un principio de acuerdo sobre los desahucios, aflojando así un poco el dogal que mantienen sobre el pueblo. Y es que, como muy bien venimos denunciando, y advirtiendo, la filosofía de los detentadores del capital es apretar y apretar, recortar y recortar, hasta que el cuerpo aguante, pero siempre procurando no matar la gallina de los huevos de oro, ya no sólo por el escándalo consiguiente, sino porque si se muere el personal, adiós negocio.
            Rajoy sabe bien que la mitad de la población ya no puede aguantar más su política complaciente con los de arriba y aplastante con los de abajo, por más que cuente con sus incondicionales, con los que tienen fe absoluta en los dogmas de la derecha, y eso le hace sentirse mesiánico. La primera huelga general de este año triunfal de su toma de poder le hizo pupa, pero ahora empieza a sentir los efectos lenitivos de la vacuna, y por allí andaba el hombre, por los pasillos del Congreso de Diputados, el pasado miércoles, repartiendo saludos y sonrisas, como si nada fuera con él.
            Hace tiempo que se acabó la justicia, ahora empieza a agotarse la piedad y cada vez más se escucha el eco de la voz en plan verdulero de la hija de Fabra, de mal recuerdo, gritando desde su escaño en el Parlamento: “¡Que se jodan!”. Era un anuncio premonitorio. Y sí, efectivamente, andamos jodidos, y bien jodidos, mientras ellos permanecen en sus pedestales pidiendo a sus verdugos, que los tienen, un poco más de tensión, un poco más de dureza y exigencia sobre todos esos que acostumbraban vivir por encima de sus posibilidades. Cuando se haya agotado del todo la piedad, que está a punto, e imperen el caos y la más absoluta desesperanza, habremos vuelto a los años del hambre, e incluso anteriores.
            El capitalismo, como vemos, se vuelve a menudo loco, salvaje, ciego, soltando estopa indiscriminadamente, y eso es lo que está ocurriendo en España. El antiguo Estado de bienestar, ha pasado a Estado de malestar y desasosiego, de ruina y desesperanza, del que únicamente se libran aquellos que tienen el exclusivo don de flotar, como bostas, sobre el agua.
            España tiene un problema, que decía Ortega, y es la propia España, acostumbrada, como en la Alemania nazi, a mirar para otro lado. Lo malo, que decía Brecht, es cuando “también” vengan por nosotros. Eso sí, siempre nos quedará el viejo dicho de Cela: “Contentos aunque jodidos”, por algo España es detentadora casi en exclusiva del legionario grito ¡Viva la muerte!
                             Juan Bravo Castillo. Domingo, 18 de noviembre de 2012

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