LA DENOSTADA CLASE POLÍTICA ESPAÑOLA
En teoría, un político habría de ser un individuo con un elevado sentido del
compromiso social y de altruismo, tanto o más que un médico, un maestro o un
sacerdote, profesiones exigentes como pocas. Y, sin embargo, en tanto que para
estas tres últimas tareas se exige una formación estricta, en consonancia con
el delicado papel que se ha de ejercer, en la política, lo único que se le
exige al ciudadano es formar parte de un partido, tener un carnet –aunque no
siempre–, y, por supuesto, someterse al dictamen del jefe, o sea no salirle
respondón o excesivamente crítico.
Este procedimiento, qué duda cabe, propicia la mezcla de churras con merinas,
es decir, la de individuos realmente comprometidos, vocacionales y deseosos de
realizar una labor encomiable –los menos–, con otros muchos individuos de
derrubio que, disfrazados de hermanitas de la caridad, recalan en las sedes de
los grandes partidos –donde hay tela que repartir–, ávidos de prebendas,
sinecuras y soluciones al porvenir suyo y de sus allegados, con el mínimo de
esfuerzo y el máximo de pretensiones. Estos advenedizos son los que vienen
envenenando la política, los que la han desprestigiado y los que la han sumido
en el marasmo, ya que estamos ante desvergonzados que se aferran al poder con
uñas y dientes, y están dispuestos a todo, incluidas las mayores humillaciones,
con tal de seguir en el machito. Y, con ese fin, se organizan, intrigan,
constituyen mafias dentro de los partidos y acaban expulsando a todas aquellas
personas íntegras que llegaron con el deseo de servir, no de servirse, y que,
al final, convencidos de que no vale la pena seguir, les dejan el terreno
expedito a estos corruptores de la democracia.
A todo este proceso degenerativo contribuye el hecho, tantas veces señalado, de
las listas cerradas, donde los cabecillas de turno un día se reúnen y, tras
arduas negociaciones en las que ante todo y sobre todo priman sus intereses
particulares, van situando sus dóciles peones en función de su grado de
fiabilidad, que no de su valía, con un desprecio absoluto del interés general
democrático. En esta merienda de negros ha degenerado, tras 35 años, la así
denominada democracia en España. Así llegó a la cúspide un personaje como José
Luis Rodríguez Zapatero, intrigando en León y en Madrid, y sin saber jamás lo
que era ganarse el pan con el sudor de su frente. Y así han vivido y aún viven
muchos, aferrados a sus prebendas y únicamente preocupados de servir, no al
bien general, sino a aquél de quien depende su destino político. Así se han
perpetuado individuos que están en la mente de todos, y así, mucho me temo,
tendremos que seguir soportando a lo que, de clase política, ha tiempo que
derivaron en casta de intocables, y que, lógicamente, ni quieren oír hablar de
listas abiertas, de limitaciones de mandatos, ni de auténtica democracia
interna; lo suyo es la intriga palaciega, el acomodo y, sobre todo, el vivir
por encima de sus posibilidades.
Ahí radica esencialmente la decepción, la profundísima decepción, del pueblo,
que ve cómo en tanto que desde hace cuatro años se le asfixia sin compasión,
sus representantes, elegidos en las urnas, viven de espaldas a la realidad y
pendientes sobre todo de que a ellos no les alcance el tsunami. Veremos.
Juan Bravo Castillo. Domingo, 21 de octubre de 2012
Comentarios
Publicar un comentario