TOCANDO FONDO


 
 
            Los acontecimientos se precipitan. España se descompone económica y moralmente, o viceversa, lo mismo da. Cuando el barco se hunde, las primeras en salir a escape son las ratas de las sentinas. Eso mismo está ocurriendo en España. Cuando en 1640, el Imperio español empezó a hacer aguas y la teta de la vaca empezó a secarse, a Portugal, instigada por Inglaterra, le faltó tiempo para secesionarse, y la burguesía catalana, instigada por Francia, inició su ensoñación separatista que, a lo largo de los siglos, y con intermitencias, ha continuado nutriéndose de sí misma.
            Hoy que es cuando, de verdad, hay que poner el hombro, Artur Mas, con una serie de movimientos arteros perfectamente calculados, inicia, con su partido, Convergencia, una deriva separatista de muy inciertos derroteros, pero que, desde luego, no puede resultar más funesta e inoportuna para España. Y es que lo grave, aunque ya de por sí lo es, será el efecto dominó que, a la corta, sin duda provocará tras las inminentes elecciones en Euskadi. Y todo ello sin contar con lo que tampoco es nada descartable: que el rey de Marruecos, aprovechando el estado de extrema debilidad del Gobierno de Madrid, dé en sacar sus garras reivindicando Ceuta y Melilla.
            Como Dios no lo remedie, el futuro, a corto plazo, insisto, de España, puede ser un puzzle con cuatro “Portugales”, lejos ya de aquella Unión ibérica que lograra Felipe II. Cuatro “Portugales” anémicos e insustanciales que harán las delicias de nuestra inveterada enemiga Gran Bretaña, y de Francia, por más que esta última siente en la chepa el aliento de vascos y catalanes solicitando, unos, el país vasco francés, y los otros, la Cataluña francesa. Pero eso sería harina de otro costal, porque es evidente que los franceses, en cuestiones separatistas, no se andan con bromas, al contrario de lo que viene ocurriendo en España desde finales del siglo XIX. 
            Si eso ocurriera, que esperemos que no, 2013 podría ser otro 1898, aún más duro e impactante, por cuanto que ahora España iba a ser una potencia mutilada y cercenada irremediablemente. Nos empeñamos –se empeñan, mejor dicho, los nacionalistas– en ir a contracorriente de la Historia, y eso lo vamos a pagar muy caro todos, absolutamente todos, como ocurriera a monsieur Seguin y su cabrita blanca, el primero presa de la soledad, la segunda, muerta bajo las fauces del lobo.
            A esto nos ha llevado la terrible crisis económica, con unos dirigentes más que mediocres, que no han sabido acotar y combatir un fuego que avanzaba por los cuatro costados. La pobreza es mala compañera de viaje. Ya nadie con dos dedos de frente cree que un Gobierno como el de Rajoy pueda contener las aguas de ese pantano a punto de reventar que es España. Los problemas se multiplican por mil. Antaño un gobernante podía confiar en que el tiempo pusiera la venda y sanara la herida sin ayuda del cirujano. Hoy sin embargo eso se asemeja absolutamente imposible. Los indignados piden elecciones libres. Pero lo que parece claro es que lo que España necesita con urgencia –cosa que hasta el propio rey sabe– es un Gobierno de concentración formado por políticos con experiencia, de distintas ideologías, pero duchos en la materia, para evitar que el barco se vaya a pique. Lo de Rajoy, como ocurriera con Zapatero, no es más que un empecinarse en el error: se empieza recortando el estado de bienestar y se acaba haciendo trizas España. La dinámica en que se mueve, y de la que es absolutamente esclavo, sólo puede llevarnos a un récord impensable de parados en la historia de España y a la casi segura bancarrota, con una clase media, que es la que impide que un Estado se fracture, prácticamente desaparecida en combate.

                                    Juan Bravo Castillo. Domingo, 30 de septiembre de 2012

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