LA RENTRÉE
Lamento
discrepar con mi buen amigo y colega Óscar Dejuán cuando, en las páginas de
opinión del diario La Tribuna de Albacete, afirma que la rentrée de 2012 será menos
traumática que otros años.
Hay
personas de talante optimista que tienden a ver la clásica botella medio llena,
en tanto que otros, más pesimistas, entre los que por naturaleza me incluyo,
tendemos a verla medio vacía. Pero, salvando las medias tintas en las que a
menudo hallamos la virtud, no me queda más remedio que reconocer que el
artículo de Óscar del 5 de septiembre, raya en la candidez más absoluta, y aún
más siendo como es catedrático de Ciencias Económicas, y que, dentro de unos
días, como un servidor, se va a ver en la obligación de ponerse delante de un
grupo de universitarios para impartir docencia.
Óscar
debería saber –seguro que lo sabe– que nuestros universitarios –salvo ese
escaso número que estudia por amor al arte– no son –no pueden serlo– como la
niña a la que él alude y que él pone como modelo, una niña ejemplar que tiene
muchas ganas de que empiece el cole para encontrarse con sus amigos de siempre,
y, tal vez, algún chinito nuevo, para estrenar libros muy chulos y poder
apuntarse, por fin, al club de baloncesto.
No,
querido Óscar, la realidad ni está para chinitos ni para romanticones du
temps jadis. La realidad, salvo para quienes se empeñan en ponerse la
venda, es chirriante, asfixiante y de una crueldad sin matices, en especial
para nuestros jóvenes. Yo no sé lo que harás cuando entres en el aula el primer
día, pero yo, te lo aseguro, me acordaré de los miles de interinos que han sido
enviados a sus casas por las buenas, en tanto que el número de alumnos en
nuestra provincia se incrementaba en 7.300.
Ese será
mi primer pensamiento, no lo dudes, y también te aseguro que después,
cuando me plante delante de mis alumnos, tendré que hacer un esfuerzo sublime
para no decir lo que realmente pienso sobre su triste realidad, su problemática
más que futura, su falta de expectativas. Nosotros, que formamos a futuros
docentes de enseñanza media e incluso a futuros profesores universitarios, ¿qué
podremos decirles más allá de nuestras bonitas teorías? ¿Cuándo volverá a haber
un concurso que permita a estos jóvenes optar a un puesto de trabajo? ¿Cinco,
siete, diez años? ¿No sería mejor ser crudos y aconsejarles que aprendieran un
oficio rentable, que se plantearan volver al campo de donde en mala hora
salieron sus abuelos, que retomaran los viejos oficios?
Hicimos
una universidad con el sudor de nuestra frente, con el entusiasmo de toda una
Región que pretendía salir de su ancestral abandono; implantamos Facultades
sobre tierras de labor, donde pocos años antes se sembraban patatas y maíz, y
donde pastaban los rebaños; y ahora constatamos la amarga realidad. Por más
ilusión y esmero que pongamos en nuestro trabajo, lo cierto es que tú, como yo,
estamos ante una fábrica de parados.
No,
querido Óscar, la rentrée de 2012 no sólo no será menos traumática que
otros años, sino más, mucho más. Tú muy sabes que se han cercenado las
posibilidades de docencia de toda una generación maldita, pese a ser de las
mejores formadas de la historia de nuestro país. Una generación que va a quedar
como un paréntesis negro, como un corte transversal en el devenir generacional.
Y esa generación, por si no lo sabes, es la de nuestros hijos, por quienes lo
dimos todo, y ahora los tenemos que enviar, con su maletita, a la emigración, los
que tengan suerte, claro, de encontrar un trabajo.
Esto,
querido Óscar, más que una rentrée es un enfer, que diría Sartre.
Juan Bravo Castillo. Domingo, 9 de septiembre de 2012
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