SUBIDA DEL IVA Y PUNTILLA AL CONSUMO



            Hasta morirse, sí, escúchenme bien, hasta morirse saldrá, a partir del 1 de septiembre, por encima de las posibilidades de la gran mayoría de población. Un ataúd – el único artículo que los demás eligen para ti por razones obvias–, de elemento de consumo, por obra y gracia de nuestro Gobierno, está a punto de convertirse en objeto de lujo. Se aconseja a los usuarios, pues, que se apresuren a morir: tienen cuarenta día y cuarenta noches. De todos modos, siempre nos quedará el recurso de no morir o de hacer que nos entierren como a los hindúes: al descubierto, o incluso en una humilde caja de pino.
            De seguir las cosas así –que van a seguir, no lo duden–, pronto, muy pronto, más que pronto, la ciudadanía va a empezar a echar de menos los tiempos de Franco, o, al menos, los tiempos de la modesta peseta, por no hablar de los tiempos en que, para comprar algo, no tenías que soportar este impuesto brutal del valor añadido.
            A partir de septiembre, vivir se va a convertir en un lujo asiático, y lo mejor será para muchos quedarse en casita, bien protegidos entre sus cuatro paredes, preparados para la hibernación, haciendo números para sobrevivir, gastar la menor electricidad y el menor gas posibles, y, simplemente, vivir con lo puesto.
            La subsistencia de una familia, que ya de por sí era una ordalía, desde septiembre será un acto prácticamente heroico. La de cálculos que van a tener que hacer esos padres que un día tuvieron la osadía de fundar una familia y tener hijos… Sacarlos adelante, de seguir así las cosas –que van a seguir, por la sencilla razón que está espiral no hay quien la detenga–, a mí al menos se me asemeja una labor ímproba, por no decir prácticamente imposible.
            Y pensar que una madre que acude a comprar los pañales y los potitos de su bebé tendrá que contribuir a paliar los desmanes de los banqueros y de los políticos manirrotos que hicieron de aquella España, hasta hace poco floreciente, una ruina colectiva. Es, reconozcámoslo, una auténtica pesadilla. Para que los accionistas y clientes de Bankia no se queden sin sus ahorros y acciones, a tres millones de funcionarios, este año y el que viene, se les hurtará, como por ensalmo, la paga de Navidad. Tiene bemoles.
            ¿Y para cuándo exigir responsabilidades en juicios sumarísimos a tanto chorizo insensato, a tanto defraudador en la sombra, a tanto consejo de administración de banco malo, a tanto irresponsable de las finanzas? Los viejos gobernantes sabían muy bien que, en momentos trascendentales, había que poner en práctica escarmientos severos para acallar la ira del pueblo. Pero los actuales ni siquiera están al corriente de tan elementales prácticas. Y es que, reconozcámoslo, molesta ir por la calle y oler el tufillo de tanto delincuente de cuello blanco que a menudo se atreve incluso a pontificar, como si con ellos no fuera este atraco colectivo a los bolsillos del humilde contribuyente, ese que paga religiosamente sus impuestos para que ellos vivan a lo grande.
            Y es que, como bien se sabe, el cirujano de hierro Rajoy, que tanto prometía, sólo se atreve con los de abajo, a los que viernes tras viernes les enseña las uñas. Y eso, reconozcámoslo, cansa, hasta el punto de que son ya legión los que lo ponen, en sólo siete meses, al nivel de Zapatero, y eso que él también hizo lo suyo por acción u omisión. Eso sí, nos queda un recurso, perfectamente señalado por la hija de Fabra –ya saben aquello de “de tal palo tal astilla”–: “¡Que se jodan!”, imprecación lanzada a voz en grito desde su escaño del Parlamento, con la que ponía de manifiesto su íntimo sentimiento para con su prójimo: “Por su lengua la conoceréis”.

                                   Juan Bravo Castillo. Domingo, 22 de julio de 2012


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