ABANDONAD TODA ESPERANZA
El caballo de Atila ha entrado en España y ya se sabe que por donde pisa su pezuña no vuelve a crecer la hierba. El infierno son los otros, decía un personaje de Sartre en A puerta cerrada. Y sobre la puerta del infierno, según Dante, figuraba esa terrible sentencia que da título a este artículo. No había más que ver el rostro de Rajoy el pasado miércoles en el Congreso de los Diputados para constatar que ni él mismo tiene ya fe en lo que hace. Simplemente actúa porque se lo han ordenado desde Bruselas. Se sabe ya un mandado más y, como alumno aplicado, obedece porque algo en su interior le dice que es el único camino que le queda.
Contrastaba, en efecto, su rostro mustio y agotado, con las salvas de aplausos, absolutamente inapropiadas en intempestivas, de sus compañeros de bancada. Un gesto, qué duda cabe, que les hará perder miles de votos. Pero hasta ese punto a veces llegan el impulso gregario y las ansias de complacer al jefe. Es evidente que ya no hay tiempo ni siquiera para preparar la escenificación. ¡Qué lejos queda la voz entrecortada y las lágrimas de la ministra de Trabajo italiana anunciando las durísimas medidas que el gobierno de Monti, como ahora el de Rajoy, se vio obligado a tomar nada más acceder al poder! Parece que nos hemos dejado contagiar todos: los del norte de Europa contra los del sur; los poderosos en España contra los desdichados, que ya superan el 27% y sigue subiendo.
Fue, ciertamente, una triste y fatídica mañana: otro diez de mayo de 2010, como el diputado vasco Erkoreka se encargó de recordarle a Rajoy: “Ya tiene usted, como Zapatero, su diez de mayo”, como si de un estigma se tratara. Subida del IVA, supresión de la paga extraordinaria de Navidad a los funcionarios, la rebaja de las prestaciones del paro a partir del séptimo mes, el final de las desgravaciones por vivienda, con un larguísimo etcétera, en un intento desesperado de evitar el derrumbe económico de España y contener de ese modo a la jauría de buitres especuladores que se han cebado con nuestro país, convirtiéndonos en el nuevo chivo expiatorio de Europa.
Es más que probable que Rajoy contara con el tremendo grado de indignación que su intervención iba a provocar por doquier, pero, hasta eso está previsto cuando se da un hachazo de esta magnitud. Dejémosles que se desfoguen unos días, como a los mineros, y luego adelante. Aquí el “trágala” ya es moneda corriente. Aunque también pensaba eso Napoleón cuando invadió España en 1808.
Y es que, esta vez hay de verdad razones para no tenerlas todas consigo. Basta asomarse a la calle para comprobar el efecto de los recortes y ajustes. Y no es que el pueblo, y en especial la clase media, no esté dispuesta a sacrificarse, no, lo que ocurre es que no da crédito al cinismo de sus gobernantes. Lo decía el mismo miércoles Cándido Méndez: “¡Ni una sola medida que afecte a los ricos, a los adinerados, a las grandes fortunas!” Se han cebado con los de abajo y con los de en medio y, para colmo, les enmiendan la plana. Ahora se entiende por qué a partir de 2008 empezó a lanzarse el descrédito contra el funcionariado que mueve al país. Primero te humillo y luego te arrojo a los perros. El jueves eran muchos los que se regodeaban de que se les quitara la paga de Navidad. Ahora, las víctimas son los parados, a quienes todavía se recrimina acusando veladamente de que no se afanan en buscar un empleo. ¡Qué más quisieran ellos! Y, mientras tanto, los que “se llevaron cruda la pasta” se ríen entre bastidores, porque esta tragedia no va con ellos. Parece inaudito, pero así es. Es como si se tratara de aviones que vuelan demasiado alto y por eso el Gobierno ni siquiera se toma la molestia de dispararles con los antiaéreos. Como digo, a los de siempre, “Abandonad toda esperanza”.
Juan Bravo Castillo, 15 de julio de 2012
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