ESPAÑA, EN LLAMAS
El fuego
no da tregua. Parece que lo tienes dominado, pero siempre está ahí, al acecho,
como la peste. Con el fuego no se puede levantar la guardia. Eso es algo que
nuestras autoridades deberían tener muy en cuenta, y más cuando el verano
empieza, como este año ha ocurrido, en mayo, convirtiendo nuestros montes en
estopa, una tentación irresistible para pirómanos, canallas y demás ralea, a
los que les importa un bledo destruir en unas horas lo que se tardó décadas en
generarse.
¡Pobre
España en manos de tanto facineroso! Mientras celebrábamos el clamoroso triunfo
de “la roja” sobre la escuadra “azzurra” en una final memorable del campeonato
de Europa de selecciones, Valencia, por culpa, al parecer de unos
irresponsables, se veía cercada por el fuego, al norte por Andilla y Villar del
Arzobispo, y, al sur, por Cortes de Pallás, Dos Aguas, hasta casi llegar a
Cofrentes; y, por aquello de que la “bordez” cunde, unas horas después, y, en
este caso, con claros indicios de ser otro incendio provocado, empezaban a
arder los bosques cercanos a Hellín, desde las cercanías del Cenajo, avanzando
el fuego como pólvora hacia Hellín, y en dirección sur hacia Moratalla y
Calasparra.
Una vez
más, España en llamas. Resultado: 50.000 mil hectáreas arrasadas en la zona de
levante y cerca de 6.000 en la sierra hellinera. Una vez más el desastre, los
lamentos, la agonía, un fallecido. Paisajes lunares y decenas de años por
delante para permitir que el daño, el tremendo daño, se repare. Por azares del
destino, ese mismo lunes, se celebraba el juicio –siete años, nada menos,
después– de aquel otro incendio pavoroso de Guadalajara, que devoró parte del
Alto Tajo, y en el que, muy probablemente, nada se ponga en claro.
Estamos
en San Fermín, y hemos superado con creces, en lo que va de año, las hectáreas
quemadas en 2011. Como para echarse a temblar. Y es que no hay más que darse un
paseo por el monte para darse cuenta del extremo peligro: suciedad, ramajes,
hierbajos secos de más de medio metro: pólvora pura. Basta una chispa, un
cristal o un desalmado para que un parque natural se convierta en un infierno.
Contra el viento y el extremo calor no hay remedio, sobre todo, cuando la
organización brilla por su ausencia, y pasa lo que pasa: bomberos que no
llegan, tardanza excesiva, llamas que avanzan como olas, pueblos desalojados,
lucha desesperada con tractores y cubos, la noche que se echa encima, y así
hasta que arde todo, sin que cortafuegos ni nada por el estilo sirva. Luego
asistiremos al ritual consabido: políticos y autoridades mostrando su
solidaridad, prometiendo ayudas que jamás llegarán, las consabidas fotos con
caras de circunstancias, etc. La mentira oficial.
De
Madrid a Algeciras, España está reseca y en peligro de que lo de Valencia y
Hellín se repita el próximo fin de semana. Basta con un desaprensivo para que
empiece la ceremonia del horror. Hoy más que nunca se hacen precisas la
eficacia, la centralización de medios, la vigilancia extrema. Aquí, como con la
salud, es mucho más barato y efectivo prever que curar. No hay más remedio,
especialmente en los momentos en que concurren una serie de circunstancias como
las de los días pasados, patrullar con helicópteros, poner en alerta máxima las
torres de vigilancia, y mover los efectivos al primer síntoma de humo en la
sierra. Lo demás es tratar de poner puertas al campo. Y, sobre todo, cambiar de
política de montes, limpiándolos durante el invierno y la primavera para no
llegar al estado de desidia actual. No hace falta un alto grado de inteligencia
para ver que, de seguir así, España terminará como Arabia.
Juan Bravo Castillo, Domingo, 8 de julio de 2012
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