ESPAÑA SE DESPUEBLA
Las alarmas hace tiempo que
saltaron. De seguir las cosas a este paso, muy pronto se podrá ir de
Despeñaperros al Pirineo o a la laguna de Sanabria por espacios cuya densidad
demográfica no vaya más allá de una cabra por kilómetro cuadrado. Es el signo
de los tiempos. Según la última encuesta realizada por la Federación Española
de Municipios y Provincias, presidida por Juan Antonio Sánchez Quero, quien
también es el presidente de la Diputación Provincial de Zaragoza, son ya 2.652
las localidades que subsisten en España con censos de menos de 500 habitantes.
La vieja Castilla y Aragón –salvo
Madrid, Valladolid, Zaragoza, y determinadas capitales de provincia que no todas–
tienden a convertirse en desiertos demográficos, y, a este paso, los
descendientes de los conquistadores acabarán sirviendo cafés y cervezas en las
playas mediterráneas. Es lo que suele ocurrir a los pueblos que se dejan llevar
por la inercia en vez de por la cabeza y el ingenio. Y si no, que se lo digan a
países como Islandia, Finlandia e incluso Groenlandia, donde, haciendo de la
necesidad virtud, sus habitantes hace tiempo que convirtieron sus hábitats en
espacios envidiables.
Lo nuestro, desde luego, no es
adelantarse a los acontecimientos. Ya sabemos aquello del “que inventen ellos”
de Unamuno. Y así nos luce el pelo. Puede que sea muy romántico pasearse por
pueblos llenos de encanto, por cierto, como Peñascosa, Masegoso y Villa de Ves,
en la provincia de Albacete, por poner un ejemplo, con una densidad de menos de
dos habitantes por kilómetro cuadrado, pero ese romanticismo no está exento de
dramatismo.
Nada que reprochar a los jóvenes que
viven en estas poblaciones alejadas de la mano de Dios que se vayan a la
universidad y traten de buscarse una solución a sus vidas en la capital, pero
creo sinceramente que convendría adelantarse a los acontecimientos por parte de
unos gobernantes que rara vez se plantean fomentar un movimiento inverso –de la
capital a los pueblos– en vista de las escasas posibilidades que la gran ciudad
ofrece a la juventud.
Tan sólo una planificación
perfectamente ideada por los gobiernos regionales y apoyada por el gobierno
central podría ya no sólo salvar estos pueblos fantasmas, sino proporcionar
medios de vida dignos a jóvenes parejas con ganas de promocionarse.
La Mancha es especialmente bella y
no hay pueblo, por pequeño que sea, que no tenga su encanto. Bastaría con un
poco de ingenio, y no precisamente quijotesco, para poner en valor estos
espacios por medio del turismo. ¿Por qué no llevar a cabo desde ya mismo
experiencias piloto, como han hecho los franceses, promocionando esos pueblos?
Volver a la artesanía, recrear los viejos oficios, retomar las experiencias
culinarias de sus mayores, fomentar el senderismo, crear parques temáticos,
hacer mercadillos semanales, aulas de la naturaleza, seguir construyendo casas
rurales, hoteles con encanto y pequeñas residencias, fomentar asimismo la
agricultura ecológica, la cría de abejas, y demás animales domésticos, y, por
supuesto, todo lo referido al deporte, paseos a caballo, en bicicleta,
parapente, etc., etc.
Con ayudas estatales y préstamos de
esos bancos que se forran año tras año,
se podría ilusionar a jóvenes parejas para que iniciaran nuevas formas de vida
llenas de perspectivas y posibilidades. De ese modo, se pondría en valor estos
espacios condenados al abandono y a la desidia. Y el visitante incluso tendría
la posibilidad de visitar las iglesias y ermitas cerradas a cal y canto en la
actualidad. Arriba la imaginación, señores gobernantes. Menos bares, menos
discotecas y más ingenio.
Juan Bravo Castillo,
lunes 6 de febrero de 2017
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