ABSUELTA POR AMOR
Lo de salvarse por amor como lo de
morir por el honor es algo muy español. Buen ejemplo de ello lo vemos en Don Juan Tenorio de Zorrilla, drama
romántico en el que el autor se permite enmendar la plana al estricto Tirso de
Molina, creador del mito de Don Juan.
La fuerza del amor, como
reiteradamente puso de relieve la defensa de la infanta Cristina de Borbón
durante el juicio del caso Nóos, cuya sentencia acabamos de conocer, fue lo que
indujo a la princesa a firmar, uno tras otro, los papeles que le iba poniendo
sobre la mesa su esposa don Iñaki Urdangarín. Lo amaba tanto, que confiaba
ciegamente en su forma de actuar. Ella, en realidad, pese a sus estudios de
económicas y su trabajo de alto funcionario de la Caixa, no sabía nada ni
quería saber nada. Lo suyo era gastar y cuidar a sus cuatro hijos. Para lo
demás ahí estaba Iñaki, su amado Iñaki, por quien siempre puso, pone, y pondrá,
pese a la sentencia que lo envía a la cárcel, la mano en el fuego.
Vamos, que, bien aprendido su rol, como se demostró
en el juicio, doña Cristina se resignó a asumir su papel de “florero”,
sabedora, pues por algo tenía al astuto de don Miquel Roca como abogado, que
aquello le iba a producir importantes réditos. Todo estaba calculado, pese a
que la Justicia es ciega. Doña Cristina ha sido absuelta, con una sentencia que
incluso le sale “a devolver”, y ni siquiera tendrá que pagar las costas, ya que
el tribunal condena a su acusador particular “Manos limpias” a pagarlas. Un
chollo, vamos. Y lo más gracioso es que, esta absolución por amor va a sentar
jurisprudencia, y le vendrá como anillo al dedo a Ana Mato, que tampoco sabía
nada de nada de los negocios sucios de su marido, como le habría servido a
Isabel Pantoja, de celebrarse el juicio ahora, para salir airosa del envite.
Salir absuelta de un juicio en el
que, de las trescientas preguntas que se le hicieron, la infanta de España,
obligada a la ejemplaridad, se limitó a repetir una y otra vez, “no sé”, “no
recuerdo”, “lo desconozco”, lo que sin duda debió parecer una solemne burla a
sus jueces, es para entrar en el Guinness. Y, sin embargo, está uno hasta las
narices de oír aquello de que “La Justicia es igual para todos” y “Todos somos
iguales ante la ley”. Y es que, al parecer, algunos piensan que una mentira,
repetida mil veces, termina pareciendo una verdad. Pues bien, yo soy de los que
creen que, como dice Orwell en Rebelión
en la granja, “todos los animales son iguales, pero unos son más iguales
que otros”.
Casi ochocientos folios para una
sentencia de mínimos, una sentencia más que benévola, y que a la legua deja ver
su trasfondo político. Aquí paz y después gloria. Seis años y tres meses para
Urdangarín; ocho años y seis meses para
Diego Torres, cuya mujer también se va de rositas, lógicamente, y tres años y
ocho meses para Jaume Matas, que está en todas. Y los demás a la calle, libres
de polvo y paja.
¿Cómo se sentirán en su piel
centenares de presos que, por delitos bastante más nimios que los cometidos por
esta banda, se pudren en las cárceles españolas? Es para desesperar; para
quemarse a lo bonzo. Todos iguales ante la ley, ¡qué sarcasmo!
No cabe duda de que Doña Sofía tiene
motivos para estar contenta. En dos años, o acaso en menos, su querido yerno en
la calle y con su amada hija, lejos de este ingrato país que tan cruelmente se
ha portado con tan modélica pareja. Pero, la realidad es que, aquí,
reconozcámoslo, alguien ha hecho encaje de bolillos y le ha salido bien.
Juan Bravo Castillo,
Lunes, 20 de febrero de 2017
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