POBREZA CULTURAL
Hay algo peor que la pobreza: la
ignorancia; y algo peor que la ignorancia: el no tener siquiera conciencia de
esa carencia. Algo más frecuente de lo que parece actualmente en un mundo en
que casi todo se cifra en el tener y muy poco en el ser. Los que tienen mucho,
los ricos, se creen con derecho a todo por aquello de que en este mundo, casi
todo tiene un precio, y ellos pueden adquirirlo.
El mundo se divide entre aquellos
que les gusta leer, que aman la lectura como alimento de su alma, o, en su
defecto, observar, aunque, por lo general, una y otra cosa van intrínsecamente
unidas; y los que podrían pasar perfectamente su vida sin un libro, los
indiferentes, y, peor aún, los que detestan libros y lectura, los descendientes
de los pirómanos nazis.
Que un país como España, en el que
más libros se editan en todo el orbe, sea uno de los países civilizados donde
menos se lee, resulta, como menos paradójico. Y si grave de por sí es el dato,
aún más paradójico resulta el hecho de que la región de España, la nuestra, tan
íntimamente unida al Quijote, sea la
que, según el Anuario de Estadísticas Culturales elaborado por el Ministerio de
Educación, figure en la cola con tan sólo un 46,4% de lectores, o sea, que la
mitad de los castellano-manchegos no lee ni un libro al año. Lo que no sabemos
es si dentro de ese paupérrimo porcentaje aparecen incluidos los estudiantes,
opositores y similares, algo que agravaría todavía más el frío dato.
Uno que anda curado de espantos, ya
ni siquiera se extraña de estas cifras; ya Stendhal dedicaba La cartuja de Parma a los happy few. La lectura es cosa de élites,
por más que esas élites, junto con los educadores, padres –algunos– y
gobernantes ilustrados traten por todos los medios de hacer ver a los niños que
no hay pasión más enriquecedora que la lectura; que aquel que le guste leer ya
jamás se aburrirá, y que, como decía Montesquieu, no habrá amargura en su vida
que un par de horas de lectura diaria no disipe.
Cabe preguntarse si estamos ante un
asunto de pereza congénita, de abulia, de falta de motivación por parte de
familias y profesores –no cabe duda que en muchos casos así es–. Sin embargo,
es evidente que son muchos los padres y maestros que hacen todo lo humanamente
posible por generar afición entre sus pupilos. Algo parecido ocurre con
nuestros gobernantes. Son nada menos que 590 las bibliotecas que hay en la
región, las cuales acumulan en conjunto más de siete millones de libros y
folletos, realizando en torno a tres millones de préstamos al año.
Luego están los clubs de lectura,
muy dinámicos en su mayoría. Hace unas semanas, mi amigo Graciano Armero me
invitó a visitar e impartir una charla en el que, desde hace quince años, viene
promoviendo en el pueblecito de Motilleja, a poco más de una veintena de
kilómetros de Albacete. Era un sábado, como es natural había fútbol, y sin
embargo, mi sorpresa fue grande al encontrarme con un grupo ya consolidado de
apasionados lectores, incluido el propio alcalde, con el que pasé dos
gratísimas horas. Ellos y ellas, como buenos lectores, tenían plena conciencia
de que un libro te lleva a otro; te permite vivir mil vidas diferentes,
acumular experiencias, enriquecerte, salir del embrutecimiento al que la vida
nos somete, disfrutar y gozar.
Hasta que padres, docentes y
gobernantes no seamos capaces de privilegiar la cultura y la educación como
parte esencial de la formación, todo seguirá más o menos igual. Por suerte, ya
no tenemos políticos que digan que, con el inglés y la informática, todo está
resuelto.
Albacete. Lunes, 12 de diciembre de
2016
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