LA CRISIS DEL SOCIALISMO EUROPEO




            Víctima de sus íntimas contradicciones, el socialismo europeo viene zozobrando de una manera paulatina a lo largo de estos últimos años, sin que ningún ideólogo renovador venga a aportar savia nueva que pueda sacarlo del impase en que se halla sumido. ¡Qué lejos quedan los tiempos de Mitterrand, de Gerard Shröder y de Felipe González, con quienes el socialismo dio lo mejor de sí mismo, haciendo de la socialdemocracia un auténtico motor de progreso!
            Esclavo de sus vicios y de su esclerosis, víctima de su exceso de confianza, de su falta de renovación y de sus dudas, sin olvidarnos, claro está, de sus altos índices de corrupción interna, la izquierda moderada ha sido incapaz de dar una respuesta eficaz, primero a la gran crisis de 2009, y después al tremendo flujo de refugiados de África y, sobre todo, de Oriente Medio.
            Digamos que el gran problema ha sido su incapacidad de reacción en un momento en que el mundo iniciaba una nueva mutación y era preciso dar una vuelta de tuerca a las viejas fórmulas ya caducas. Avasallados, y lo que es peor, acomplejados por el poderío norteamericano y las políticas agresivas de Putin; puestos definitivamente en brazos de la canciller alemana Merkel, aceptaron una política de recortes, dramática para los países del Sur, en un momento en que urgía dar un paso hacia delante, y practicar inversiones y políticas activas, como hacía Obama en los Estados Unidos. La obsesión alemana por el techo de gastos, los recortes de todo tipo, la mezquindad, todo con tal de cuadrar las cuentas, supusieron un golpe bajo de imprevisibles consecuencias para la clase media europea y, en especial, para los jóvenes, que son quienes hasta ahora han pagado los platos rotos, en tanto que los ricos y los grandes agraciados de la crisis se llevaban sus capitales a los paraísos fiscales, ante la mirada consentidora de los gobiernos.
            Fruto de tan lamentables políticas ha sido el descontento y el miedo, el primero generando el auge de los populismos de derecha y de izquierda, el segundo, la recuperación de los partidos conservadores, que saben perfectamente a qué juegan y no se andan con escrúpulos a la hora de meter la tijera o favorecer a los suyos.
            Urge, pues, una refundación que vuelva a situar a la socialdemocracia en el puesto que le corresponde. Para ello tendrá, ante todo, que quitarse sus complejos, especialmente el de culpa, y después, depurar sus vicios y corruptelas, adoptando, por lo demás, planteamientos ideológicos modernos. Sus logros en Cultura y Educación, en Sanidad, en pensiones, en empleo, en salarios, en ayudas a los menesterosos, a enfermos e impedidos, hay que presentarlos como lo que fueron, como conquistas, antes de que los gobiernos conservadores o los populistas los arruinen. Hay que luchar a brazo partido contra los paraísos fiscales, contra los defraudadores de toda índole, contra aquellos que viven sin trabajar, contra el amiguismo y contra la todopoderosa banca. Hay que convertir en eje de la nueva política al trabajador y a la clase media, y ello pasa necesariamente por recuperar los derechos perdidos. Hay que darle un nuevo impulso a la Cultura, a los Valores; reorganizar la Educación y, particularmente, la Formación Profesional; y, sobre todo, hacer una apuesta decidida por un nuevo Universalismo, en la línea de la Ilustración dieciochesca, frente a los nacionalismos, la vuelta a la tribu, que tanto daño están haciendo al planeta. Y, por supuesto, seguir apostando por una Europa unida como proyecto común, y no simplemente como mercadería.
     Juan Bravo Castillo. Lunes, 19 de diciembre de 2016
               

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