ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EL 26-J




            De la noche del 26-J me quedo con la cara de Íñigo Errejón, todo un poema. Lo decía todo sin decir palabra. Justo la cara del que se tienta los bolsillos y advierte que le han robado la cartera. Se lo había advertido meses antes a Iglesias: o aprovechamos la ocasión o tenemos Rajoy para rato. Pero Iglesias andaba ya obsesionado con los cien mil votos de I.U. A punto estuvieron de tarifar, pero al final se impuso la disciplina de partido. Tocaba tragar. Ahora la realidad imponía su fuerte impronta. Le habían hecho desde Podemos la campaña al PP.
            La otra cara de la noche: la euforia de los jerarcas del PP en el balcón de Génova, inenarrable. Habían ganado la partida simplemente enarbolando el voto del miedo contra Unidos Podemos, por más que Iglesias, advertido, tratara, en última instancia, de pasar por socialdemócrata con corbata, en un proceso acelerado que muy pocos se creyeron desde el momento en que cinco meses antes incendiaba el hemiciclo de las cortes a lo Leroux, arremetiendo contra todo lo que se movía.
            Llamaba, por lo demás, la atención que el PP únicamente ganaba 650.000 votos pasando de 123 a 137 diputados, justo la cantidad que, sumados, habían perdido Ciudadanos –400.000–, UPyD –100.000– y PSOE –125.000–. Poco más de medio millón de españoles de orden volcaban los pronósticos. Nada extraño el patinazo de las encuestas, incapaces de ver el alcance de la estrategia del miedo y el Brexit.
            Pero lo que queda para la Historia es el tremendo petardazo de la coalición Podemos-I.U. que se presentaba como un matrimonio feliz y que, a la hora de la verdad, resultó trágica. ¿Cómo es posible que Iglesias y los suyos estuvieran tan convencidos de que los viejos militantes comunistas, curtidos en mil batallas, se iban a mostrar tan complacientes como Garzón y Anguita? Pero la verdad fue bien distinta. Lo había advertido Gaspar Llamazares, que conoce bien a su electorado. Los 925.000 votantes de I.U. que se quedaron en casa y los 200.000 de Podemos que prefirieron imitarlos, fueron, paradójicamente, los protagonistas de la noche.
            Ahora viene, no obstante, lo peor. Y es que, pasada la euforia del balcón de Génova, Rajoy, curiosamente, se queda ante una situación bastante parecida a la de diciembre, por más que ahora sí se sienta legitimado para negociar.
            El problema es que, más allá del ámbito “popular”, hace mucho frío, y nadie acepta sumarse a la gran coalición con la que Rajoy viene soñando a diario, con él, claro está, como presidente, incapaz de entender por qué nadie se aviene a acompañarle por una u otra razón, ni siquiera Ciudadanos, que se van a ver sometidos a toda clase de presiones por los que realmente mandan en España.
            Y es que Rajoy confía, bien es cierto, en el tremendo ridículo que supondrían unos terceros comicios. A nadie se le oculta, sin embargo, que van a tener que hacer concesiones, y muchas, para granjearse al menos alguna abstención en su investidura. Gobernar con 137 escaños no es para dar brincos ni mucho menos. Las cosas, como vemos, no están nada claras, por más que en el seno del PP se congratulen de ver la rapidez con la que una parte del pueblo español –las buenas gentes– olvida los escándalos y las rapiñas, al punto que, como muy bien decía Miguel Ángel Aguilar con su típica sorna castiza, un escándalo más seguramente le habría bastado al PP para conseguir la mayoría absoluta.

                          Juan Bravo Castillo. Lunes, 4 de julio de 2016 

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