COMPÁS DE ESPERA


  


            La preocupación se ha instalado en el seno de la sociedad española al ver cómo sus políticos pasan las semanas intentando vanamente ponerse de acuerdo en la formación de un gobierno cuyo color todo el mundo ignora. Una sensación de desánimo que no hace más que crecer al ver que, por encima de todo, impera en los partidos los intereses particulares e incluso los posibles votos que se podrían arrancar o perder en unas hipotéticas nuevas elecciones, en vez de mostrar muchas más altas miras por el porvenir de España.
            Un desasosiego que no hace más que incrementarse viendo cómo la escisión catalana sigue su curso (de hecho, la “Generalitat” catalana, erre que erre, anunciaba el pasado miércoles que empezaba a tramitar su Plan de Gobierno para lograr “la plena soberanía”), el dinero –“el gran dinero”– sigue evaporándose hacia los paraísos fiscales con toda la impunidad del mundo, y los tribunales muestran las vergüenzas de tanto y tanto impresentable que durante años convirtieron España en la Cueva de Alí Babá y los cuarenta ladrones.
            Urge, qué duda cabe, instar a los Partidos Popular y Socialista a llegar a un acuerdo, o, al menos, a dejar al otro gobernar con los apoyos que consiga, antes de que unos y otros constatemos hasta qué punto la política se ha convertido en un instrumento tan ineficaz como inservible. Confiemos, sí –a ver qué remedio–, en el diálogo, en el poder mágico de la palabra y de los acuerdos, pero, cuando pasan los días y cualquier tipo de consenso eficaz está más lejos por culpa de la soberbia, la prepotencia y el empeño de mantenerse fiel a unas posiciones inadmisibles, es lógico que la impaciencia se adueñe de quienes en vano esperan soluciones a los estragos ocasionados por el bipartidismo.
            Cada mañana nos despertamos con la esperanza de un atisbo de acuerdo, pero los esfuerzos de Pedro Sánchez, a izquierdas y a derecha, parecen día a día esfumarse, por el hecho de que todos permanecen prisioneros en sus líneas rojas. El programa expuesto por los socialistas podría resultar perfectamente asumible sin ese cáncer instalado en España que son los nacionalismos voraces y el empeño catalán de exigir, ora la independencia, ora la autodeterminación, que ningún gobierno en sus cabales puede tolerar, por la sencilla razón de que se trata de una trampa.
            ¿Cómo salir de este laberinto? ¿Hasta cuándo permaneceremos en él? ¿Quién tiene la llave? Volver a unas nuevas elecciones sólo serviría probablemente para prolongar la agonía, o incluso para volver de nuevo a las andadas, con este Rajoy inamovible, anclado en su verdad, nada dispuesto a hacer examen de conciencia y condenado a reiterar su discurso vencedor que más que nada suena a lamento, mientras nuevos casos de corrupción surgen a su alrededor.
            Falta, como decía, altura de miras, algo que Felipe VI debería haberles dicho; falta espíritu de consenso que propicie una España nueva, más justa, mucho más justa, más solidaria, mucho más solidaria, que nos permita salir de este estado tan lamentable de las dos Españas enfrentadas. Y eso sólo se combate con el decidido apoyo gubernamental a una clase media, que siete años de crisis económica han dejado reducida a su mínima expresión. Lo contrario es más de lo mismo.

                       Juan Bravo Castillo. Lunes, 15 de febrero de 2016   

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