RAJOY, ESE HOMBRE



           
           Cada mañana me asomo puntualmente a mi ventana esperando que Rajoy pase por allí y pueda entablar una charla amistosa con él, una esperanza en modo alguna vana, dado el nuevo planteamiento que le han hecho adoptar sus consejeros áulicos. Un Rajoy cercano, próximo a sus conciudadanos, demostrándoles, aumentado con esa poderosa lente que son los medios de comunicación en su inmensa mayoría rendidos al poder, que sí, que es humano, que es de carne y hueso, que sabe incluso reír y conversar espontáneamente, aunque, a la hora de la verdad, cuando hay que dar la cara, opte, aconsejado sin duda por los áulicos, por rechazar cobardemente el debate, y, en un gesto más que inédito, enviar a su vicepresidenta para todo.
            La presencia de Sáenz de Santamaría en el primer debate a cuatro de la democracia española, junto a Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias, librando batalla y salvando el tipo –salvo cuando Rivera le mostró una portada de El Mundo que hacía estremecerse una vez más los cimientos del engranaje gubernamental–, fue de naturaleza más bien épica. La presencia, o ausencia, de Rajoy, como la del convidado de piedra en el drama de Don Juan Tenorio, fue como un fantasma revoloteante durante todo el debate. Nadie se explicaba el desplante del Presidente, bien acomodado con su familia en Doñana, cuando era allí, junto a los otros tres aspirantes a la Moncloa –con quienes posiblemente tenga que negociar tras las elecciones– donde debía estar.
            ¿Gesto de prepotencia o de miedo? Si fue de prepotencia es para que los votantes el día 20 tomen nota y obren en consecuencia; si fue por miedo, el asunto tiene todavía peor cariz. Actuar como este caballero actúa sólo se lo puede permitir un político de derechas que tiene plena conciencia de que, pase lo que pase, aun reincidiendo una y mil veces en el mismo error, recibirá el apoyo de un ciudadano de cada cuatro, ese sólido bastión inmovilista y conservador, typical spanish, por más que muchos de tales incondicionales hayan terminado viéndole la patita y descubriendo lo que hay –o no– detrás de su faz, y hayan optado por dar su voto al joven Rivera, confiando que con él, libre de compromisos, este país cambie de una vez a mejor.
            Pero ¿qué puede importarle todo eso a un Rajoy feliz que, se pasea por los platós de televisión nada menos que con Bertín Osborne y por las calles de España en una baño de muchedumbres y afirma que se lo está pasando de película, y suelta lo primero que le sale por la boquita, dando por “desahuciado” a Sánchez  por “falta de credibilidad”, cosa que muy bien se podría aplicar también a sí mismo, no sólo por su manera zafia y pusilánime de dirigir el país, sino también por sus mentiras continuas a lo largo de estos cuatro años, amén de su descarada forma de gobernar para los ricos y poderosos, alterando los números y haciendo a los ingenuos creer que ha llevado a cabo un nuevo “milagro económico” cuando todo es puro márketing?
            Que la izquierda española esté permitiendo que él y los suyos estén haciendo una campaña electoral en la que parece que nada ha ocurrido estos años, que todos los pelillos se han ido a la mar, me parece lamentable. Señor Rajoy, como diría Manrique, ¿qué se hicieron los de la Gurtel, los de la Púnica, los Bárcenas, los distribuidores de prebendas, los Granados, los Rato, y tantos y tantos por los que usted apostó? Y pese a todo, ¿se atreve usted a repetir? Con mi voto, desde luego, no. Mas, con todo, me seguiré asomando a la ventana todas las mañanas.

                  Juan Bravo Castillo. Lunes, 14 de Diciembre de 2015

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