NAVIDAD


         
                                       
            Ayer, más que nunca, anoche, mientras tantas y tantas familias comíamos nuestra cena de Navidad presidida por el Niño de Belén, boca arriba en su cunita de paja, humilde él, pero vivo al menos, y acompañado por la Virgen María y San José, miradas amables y acariciadoras, y la vaca y la burrilla dando calor al conjunto, mi pensamiento, más que nunca, vagaba por aquella playa de Turquía donde no hace mucho, ayer mismo, un amable policía recogía el cuerpito el pequeño Niño Jesús Aylán, boca abajo él, recogidito en su lecho de arena, como muñeco dormido, pero ahogado, muerto con su blusita, su pantalón y sus sandalias, cuando huía con su padre y sus hermanos, y la mano de su progenitor no lo pudo sostener…
         Sí, esa noche, Nochebuena, deberíamos haber vuelto el cuerpo del Niño Jesús de Belén, haberlo puesto boca abajo, rindiendo así culto a todos esos niños que como el pequeño Aylán, han ido cayendo, sesgados por la guadaña de la muerte, en esa huida de miles y miles de ciudadanos sirios en busca de un reducto de paz en Europa o donde fuera…
         No, ya sé, no es nuestra la culpa, no es nuestra la responsabilidad, pero, si no es nuestra, ¿de quién es?, ¿quién o quiénes sos los responsables de la atrocidad permanente, de la de los elementos engullendo cadáveres de niños, y también adultos; de la de los Estados asesinos permitiendo que millares de niños mueran de enfermedades que con lo que los países agraciados desperdician podrían evitarse; de la de la barbarie que de un tiempo a esta parte se ha instalado en el mundo, en especial en Oriente Medio, el mundo islámico, más bestial mil veces que la de aquellos almohades y almorávides que antaño devastaron la Península Ibérica.
        Se puede vivir opíparamente, celebrar la Nochebuena con suculentas viandas, beber el champán reglamentario y escuchar al mismo tiempo, como si nada, el clarín del ángel exterminador. Se puede conservar la conciencia incólume viendo en una playa lejana a un niño dormidito boca abajo, como si su cuerpo no fuera ya pasto de la muerte. Se puede respirar, sí, y hacer discursos, y holgarse, y creerse bueno, y esperar la gloria, el cielo o vaya usted a saber qué, y ver el horror a su alrededor, como si nada…
      El mundo camina hacia el desastre irremediable porque millones y millones de seres son incapaces de detener la mano fratricida de unos miles de fanáticos, de unos miles de explotadores, malhechores y tipos sin entrañas. Es posible que sea cierto aquello de que tenemos lo que nos merecemos, pero qué puede importar eso a aquellos que, como bien decía Camus, viven con la venda en los ojos, ajenos a todo salvo a sus propios placeres, a su propio egoísmo, a sus fortunas con las que se creen inmortales.
       Caminamos hacia el final del año 2015, un año con un balance francamente negativo, como lo es el de los quince años que llevamos vividos de este atroz siglo XXI. Los cadáveres de este trágico año duermen ya el sueño de los justos. Ha sido excesivo el dolor, excesiva la pena, excesiva la impotencia de la gente de bien obligada a soportar a unos gobernantes mediocres como los que tiene la Unión Europea, creada por políticos con amplitud de miras, y que hoy languidece en medio de sus impotencias, de sus miedos y de su falta de tesón.

                     Juan Bravo Castillo. Lunes, 28 de diciembre de 2015

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