LA HIDRA DE LAS SIETE CABEZAS
Estos
días el rector emérito Luis Arroyo ha irrumpido en la campaña electoral con un
artículo dividido en dos partes. Dado que todavía no se han presentado
oficialmente candidaturas, no ha podido manifestar públicamente su apoyo al
rector saliente. Pero los halagos al timonel que milagrosamente nos salvó de la catástrofe son
tan claros que la ausencia de su nombre sólo sirve para resaltarlo.
Ya
decía Felipe González la incómoda situación de los expresidentes, jarrones
chinos que nadie sabía dónde colocar. El rector emérito Arroyo, en su función
de jarrón chino, no ha tenido reparos en asumir su función de reina madre
tutelando a sus sucesores. Es cierto que la universidad es una institución
peculiar donde abundan tales jarrones, y más que esconderlos, los muestra en
las delicadas hornacinas, a modo de Centros de Investigación, desde donde
pontifican y reciben las oraciones de los fieles.
La
minoría de edad universitaria no debería llevarnos a trasladar dicho parvulismo
a nuestro comportamiento. A los rectores en ejercicio se les supone libres de
tutelajes y ni los anteriores son sus amos ni ellos sus libertos. Su
magisterio, ya pasado, nos debe servir más bien para evitar errores, que los
tuvieron, y no como guía a futuros aciertos que nadie nos asegura. Un mutis por
el foro a tiempo evita males mayores.
Ahora
habla Arroyo de futuribles soluciones a problemas que ya nacieron con él. La
multiplicidad de titulaciones idénticas en campus diferentes parece que fue
poco menos que un accidente meteorológico. Hubiera sido fácil diversificar
titulaciones que ahora vemos tan necesarias. No parece que haya escasez de
profesorado habida cuenta que según los datos que ofrece el censo para las
futuras elecciones, para poco más de 25.000 alumnos contamos con casi 3.000
docentes. En este caso, mejor no dividan.
A
nuestro pasado palinuro no arredran los datos: ni los alumnos, cada vez más
escasos, ni el gasto por alumno, el menor de toda la universidad española, ni
estos rankings fluctuantes en los que subimos cien puestos, o los bajamos, sin
que sean apreciable en el devenir diario de la UCLM. Ahora resulta que somos La niña bonita, o sea la 15ª de las 50
universidades públicas, sin distinguir que somos una universidad regional y
no provincial. Sigue hablando del
cinturón de hierro de Madrid donde nuestros alumnos van a estudiar, como si eso
fuese un baldón y no que gran parte de nuestros profesores vivan y tributen
allí.
No
hay que negar que la opinión de un rector, si no ya magnífico, sí emérito, debe
ser tenida en cuenta de manera especial. Pero en tiempos electorales parece
conveniente cierto equilibrio y discreción y que sea la comunidad universitaria
la que libremente decida el futuro sin hipotecas del pasado. Los dos con más
posibilidades a priori, y como diría Arthur Miller, fueron hijos suyos, vicerrectores.
El
artículo titulado, no en vano, Política y Universidad, habla de las nefastas
relaciones con la pasada Junta. Los aplausos que recibió el consejero de
Educación Marín en la inauguración del curso en Albacete debieron ser producto
de alguna clac estrambótica; las palabras del rector, tan poco reivindicativas,
cacofonías que se lleva el tiempo. Guerra incruenta ésta del presupuesto,
invisible a una sociedad que sólo percibe los fracasos públicos y desconoce los
éxitos privados. La ILP, tan puesta en valor, ni siquiera fue tenida en cuenta
porque presentaba groseros errores de forma; la recogida de firmas fue
timorata, alegando el actual rector-saliente que Collado no podía firmar lo que
el cuerpo de Miguel le pedía. Las arengas a los alumnos en las clases fueron
como humo. Como en humo quedó todo cuanto el rector complació a los complacientes
y la universidad en armas quedó pacificada. En esta “pax romana” hemos vivido y
en esta “pax romana” vivimos mientras Roma se hunde en el Tíber y el oráculo
celestial habla.
Juan
Bravo Castillo. Lunes, 21 de diciembre de 2015
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