EL SUTIL ARTE DE ENFRIAR LOS TEMAS PENDIENTES




            Imposible sustraerse a la desagradable impresión de que algo o alguien dirige la orquesta a cuyo son todos bailamos o nos bailan. De ahí la impresión de repugnancia que cada vez más se instaura en amplísimas capas de la sociedad española. Creemos avanzar hasta que la dura realidad se impone y constatamos con espanto que seguimos donde siempre; de ahí esa tentación, también muy generalizada, de ponerse la venda sobre los ojos y dejar que todo vaya “de soi”, como decía Felipe González.
            Han sido tales y de tal envergadura los asuntos delictivos vividos estos últimos años en España, que pocas veces se ha visto semejante grado de presión social instando al Gobierno a actuar con mano dura sobre esta cueva de Alí Babá en que se ha convertido la vida pública española, arramblando cada cual sin ningún tipo de escrúpulos con lo que tiene a mano. Indignación y cabreo cristalizados en torno a “Podemos” y en el espectacular bajón de los dos grandes partidos políticos. Ante tal clamor, todos, empezando por el propio Juan Carlos I y Mariano Rajoy, tuvieron que plegar velas e iniciar un cambio político plasmado en un endurecimiento del Código Penal con el que, al final, como tantas veces pasa, pagarán justos por pecadores.
            Como fichas de dominó han ido, no obstante, cayendo imputados de alto standing, de tal modo que, por un momento, creímos en el milagro de los panes y los peces, incluso “amiguísimos” como el todopoderoso Blesa frecuentó un par de días la cárcel, por no hablar de Jaume Matas, y en especial los cabecillas de la Gürtel y, claro está, el insigne Bárcenas, para quienes el juez Ruz, en un alarde justiciero, pidió penas espectaculares. Pero es evidente que en cuanto se relaja la presión social, el mecanismo deja de actuar: Blesa salió a la calle y el juez Elpidio, como antes Garzón, fue expulsado de la carrera judicial; Jaume Matas empezó a beneficiarse de permisos, y, ayer mismo, Luis Bárcenas, al que tanto costó meter en el trullo, abandonaba en olor de multitudes, antes de los dos años preceptivos, la prisión, en espera del juicio –a largo me lo fiáis– en el que, evidentemente, se piden contra él durísimas penas –ya veremos en qué quedan–, haciéndose así la realidad del mensaje de Rajoy cuando le pidió que aguantara, porque, como dijo Cela, el que aguanta gana, e incluso le queda la posibilidad de poner pies en polvorosa, ¿o ven ustedes a Bárcenas resignado a pasar 25 ó 30 años en prisión?
            No cabe duda de que el procedimiento es dejar que las cosas se enfríen, que se enfríe el tema de la Infanta Cristina, el tema de Undargarín, que se enfríe el tema de la Gürtel, el tema de los Eres, alargar, alargar y alargar, con una justicia desesperantemente lenta y sin medios, hasta que, al final, pasada la presión mediática y popular, desinflado el asunto, todo queda en bien poca cosa. Y, de no ser así, ahí está lo que, ya en 1908, denunciaba Ángel Ganivet, en su “Idearium español” –“en España se prefiere tener un Código muy rígido y anular después sus efectos por medio de la aplicación sistemática del indulto”–, con lo que en nuestro país se hace realidad la máxima de Lampedusa: dejar que todo cambie para que nada cambie. ¿Hasta cuándo esta burla perfectamente urdida en que ladrones y saqueadores campean por las calles de España rodeados de enjambres de periodistas, en espera de un juicio que nunca llega y cuando llega, rara vez deja satisfechos a los que exigen que de una vez se haga justicia?      

                                    Juan Bravo Castillo. Lunes, 26 de enero de 2015

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