EL FINAL DE OTRA PESADILLA
Lo dijo el viejo Sartre, el
terrorismo es la bomba atómica de los pobres, aunque para entonces no existía
esta especie de barbarie planetaria en que los fanáticos yihadistas amenazan con convertir el mundo democrático occidental.
Es una incógnita saber lo que habría dicho Sartre de ver la deriva que ha
tomado el mundo desde el 11 de septiembre de 2001, con el brutal ataque a las
Torres Gemelas y al Pentágono.
Que dos hermanos de origen argelino,
Said y Chérif Kouachi, de 34 y 32 años, hayan tenido tres días en jaque a toda
una poderosa nación como Francia, y de paso a toda Europa, dice mucho del poder
de destrucción de esta modalidad de guerra traicionera y cobarde que Al Qaeda y
el Estado Islámico han establecido en Europa y América. El caos por medio de
dos o tres fanáticos de la estirpe de los kamikazes; un rendimiento mortífero
colosal. Eso lo saben bien los encargados de lavar los cerebros de estos
individuos islamistas que de repente ven en la siembra del horror e incluso en
la inmolación un modo santificación y martirio. Algo absolutamente inaudito en
los tiempos que corren.
Todos los que formamos parte de la
cultura occidental somos Charlie Hebdo en
estos momentos, como no podía ser de otro modo, y como en el instante de
redactar estas líneas luce en el frontispicio del Arco del Triunfo en París.
Estos, señores, se llama guerra de civilizaciones. Allá los responsables
últimos de esta barbarie, de esta y de cuantas casi a diario se producen en el
mundo, pero el resultado ya se conoce: el terror generalizado, el miedo en las
entrañas de los inocentes que sin arte ni parte –como esos diez periodistas y
caricaturistas, esos tres policías o esas cuatro personas que, para su
desgracia, se hallaban en el supermercado de marras– se ven abocados a la
muerte.
Y lo más terrible es que Europa y el
mundo democrático en modo alguno pueden renunciar a sus valores, sobre los que
se asienta su modo de vida, y que tanta sangre y tanto esfuerzo costó imponer,
y aún más la Francia de Voltaire, que, con la Ilustración dieciochesca y la
Revolución, sentó las bases de un modo de vivir y de ser basado en la
tolerancia, la fraternidad, y dejando definitivamente atrás las medievales
tinieblas de la superstición, el fanatismo, la intolerancia y la tiranía.
Los sucesos que acaban de acontecer
en París demuestran que, como decía Camus en La Peste aludiendo a las bacterias propagadoras del mal, la batalla
por la libertad nunca está ganada del todo; siempre hay que empezar de nuevo,
siempre hay que estar alerta, y más aún en estos momentos de deriva intolerable
de una parte del Islam, con el terror yihadista,
que se ha puesto como objetivo sembrar el miedo por todos los pueblos y
ciudades de Occidente, añadiendo dosis de inquietud y terror a quienes
simplemente son culpables de vivir. Y es que, lo normal aquí, como cuando vamos
a un entierro y pasamos por las hileras de tumbas y nichos, es preguntarse
quién será el próximo, dónde y cuándo. Porque, de seguir así las cosas, puede
que no haya fuerzas de seguridad suficientes para garantizar nuestra forma de
vida y nuestra libertad, dándole así la razón a quienes afirman que la
civilización aja las almas, reblandece los músculos y hace del hombre un ser
indefenso frente a la bestia.
Juan Bravo Castillo. Lunes, 12 de enero de 2015
Comentarios
Publicar un comentario