LA HORA DE LOS FISCALES
Hay opiniones para todos los gustos
sobre la actitud chulesca y provocadora de Artur Mas la noche del 9-N,
ensoberbecido, quitándose de una vez la máscara de la ambigüedad, mostrando a
los cuatro vientos su papeleta con el “sí, sí”, y no contento, anunciando,
retador, que asumía toda la responsabilidad.
Fue, qué duda cabe, el colmo de la
provocación para con el Gobierno de España, de cuya debilidad Mas es plenamente
consciente. Fue la culminación de la deslealtad, del “cría cuervos y te sacarán
los ojos”. Aquella noche, uno no pudo menos de acordarse de aquellos españoles
que, en 1977, gritaban de todo corazón: “Democracia, amnistía y Estatuto de
Autonomía” para esos mismos que hoy abominaban de España.
Era evidente que, en vista del
descalabro progresivo de Convergencia, ese gesto de Mas, perfectamente
calculado, pretendía apostárselo todo a una carta en un intento desesperado de
acortar la distancia electoral que Esquerra le había recortado. Él y sólo él
era el alma de la consulta, ilegal, chapucera, amañada, sí, pero consulta al
fin y al cabo. Ya sólo le faltaba el martirio para salvarse él y su partido
pujolista.
Todos esperamos con expectación la
reacción de Mariano Rajoy y su Gobierno. Mas se había pasado más de veinte
pueblos. Pero llegó el lunes y no pasó nada de nada. El fiscal Torres-Dulce,
luego lo supimos, había estado la tarde del domingo en el cine entregado a su
pasión favorita. Rajoy una vez más callaba. El martes empezó a hacerse evidente
que si había una reacción sería de naturaleza jurídica que no política; o sea,
aplicar el peso de la ley contra los que habían incurrido en posible delito.
Para entonces se había planteado el
gran dilema: dejar las cosas como estaban era el colmo de la dejación, como
dejarse sodomizar y pedir encima perdón por dar la espalda. Actuar era darle
mecha al independentismo, máxima habida cuenta de lo inacabable de los procesos
judiciales en este país. Aplicar el artículo 155 habría sido desmesurado. Una
vez más se constataba que la iniciativa estaba en manos de Mas por culpa de la
indolencia de un Rajoy y su costumbre de verlas venir y dejarlas pasar.
Como era de suponer, los fiscales
catalanes, por miedo a verse estigmatizados, se lavaron las manos. Y sólo
entonces el fiscal general del Estado, Eduardo Torres-Dulce, presionado o no,
abrumado con lo que se le venía encima, se vio en la necesidad de actuar. Y,
como hombre riguroso, cumplió su función. Reunió a la Junta de Fiscales de Sala
en Madrid y, tras algo más de cuatro horas de debate, obtuvo el apoyo de la
práctica totalidad para interponer una acción penal contra el “president” Mas,
la vicepresidenta, Joana Ortega, y la consejera de Educación, Irene Rigau, por
los delitos de desobediencia, malversación, prevaricación y obstrucción a la
Justicia o usurpación de atribuciones judiciales. El problema, claro, es que,
en primera instancia, es el fiscal superior de Cataluña, José María Romero de
Tejada, quien tendrá que llevar a cabo la actuación.
¿Servirá para algo? Mucho nos
tememos que no debido a la exacerbación a la que se ha llegado por ambas
partes. Pero, de cualquier modo, judicialmente se ha hecho lo que se tenía que
hacer con el gobierno de una Comunidad que lleva años burlándose de la
Constitución, del Gobierno de Madrid y de cuanto le sale al paso. Falta el paso
político y eso, hoy por hoy, parece inviable, tanto como la reforma
constitucional.
Juan Bravo Castillo.
Lunes, 24 de noviembre de 2014
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