HACIA EL FINAL DE UN VIEJO MODELO POLÍTICO
La política de recortes y del laissez faire de Mariano Rajoy le está
hundiendo, a él y a su partido, en una sima de donde difícilmente va a poder
salir. Del 44,62% de votos en las generales de 2011 al 27,5% actual, la pérdida
alcanza los 17 puntos. La corrupción, la política de duros ajustes permanentes
al pueblo y a las clases medias, la falta de transparencia y de firmeza con los
nacionalistas catalanes, unido al resurgimiento de los viejos vicios y la
miopía generalizada, ha generado, y no podía ser de otro modo, el nacimiento y
la ascensión imparable de Podemos, un caso que llama ya poderosamente la
atención en toda Europa, y que, como Esquerra Republicana de Cataluña, engorda más
por los deméritos de los demás que por sus propios aciertos.
Al día de hoy, la derecha, a la
vista de los pobrísimos resultados del Barómetro del CIS de octubre, con un
Podemos y un PSOE pisándole literalmente los talones, no puede menos que
disponerse a quemar las naves, buscando a la desesperada el modo de recobrar la
confianza de los millones de votantes que le han dado la espalda, e incluso
buscando ya un nuevo líder –que muy bien podría ser el gallego Feijóo –capaz de
salvar al partido de un desastre sonado.
Como consecuencia del nerviosismo
imperante, los movimientos se tornan cada vez más alocados y aún sorprendentes.
Y así, Cospedal, haciendo de portavoz, metía el pasado jueves el miedo en el
cuerpo a los españoles poniendo a Podemos al nivel de la autocracia
bolivariana; una política que no puede menos de parecernos errónea, hasta el
punto de que hablando así lo único que logra es incrementar los votos de Pablo
Iglesias y los suyos. Nada más hacerse públicas dichas declaraciones, al
portavoz del PSOE le faltaba tiempo para desautorizar a Cospedal en un claro
intento de acercamiento a Podemos, a quien bien sabe que antes o después va a
necesitar.
La cosa está que arde, y más si
tenemos en cuenta el índice de valoración de ministros y líderes políticos.
Basta echar un vistazo a las puntuaciones de los miembros del Gabinete Rajoy
para echarse las manos a la cabeza: ninguno llega al 3, lo que demuestra el
grado de agotamiento de un equipo en el que muy pocos han dado la talla y donde
algunos –Mato, Wert, Montoro o Báñez– jamás debieron figurar. Pero si esa lista
aterra, mucha más estupefacción provoca la valoración de los líderes políticos,
donde no solamente el suspenso sigue siendo la tónica general, sino que –lo que
es más grave– el presidente Rajoy figura en último lugar del ranking con 2,31, superado incluso por Mikel
Errekondo de Amaiur, con 2,38, y Aitor Esteban del PNV con 2,44. El hundimiento
no puede ser mayor, tanto más cuanto que el recién llegado Pedro Sánchez, con
sus 3,85 –que no es precisamente para tirar cohetes–, lo supera claramente,
situándose en segundo lugar por detrás de Uxue Barkos.
Como Aznar en su día, Rajoy, demostrando así
lo nefasto de las mayorías absolutas en España, ha dilapidado un patrimonio de
gentes que pusieron su esperanza en él, y ahora se ve a los pies de los
caballos, amenazado por un grupo de una decena de profesores que han tenido la
perspicacia de captar, justo lo contrario que los demás partidos tradicionales,
el estado agónico de una sociedad al borde de la desesperanza y del
pronunciamiento. Los errores se pagan en política, y uno, en su ingenuidad, se
pregunta ¿para qué le servirán a los gobernantes los cientos de asesores de que
se rodean y que entre todos pagamos?
Juan Bravo Castillo.
Lunes, 10 de noviembre de 2014
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