DE BECAS Y BECARIOS




            El ministro Wert es ya por méritos propios la muñeca del pin pan pun del Gobierno de Rajoy, y a fe que parece gustarle el papel. Actúe por iniciativa personal o cumpliendo órdenes de la superioridad, cada vez más organiza el folclore. Buen ejemplo lo tenemos en la semanita que nos ha dado con el tan controvertido tema de las becas, tema en el que incluso los suyos lo han dejado como a la sirenita varada.
            Entre Rouco Valera, la derechona nostálgica y el viejo dicho de que cualquier tiempo pasado fue mejor, este caballero, antaño brillante tertuliano, ha enloquecido, y su final se augura catastrófico. Su renuncia al consenso que, de una vez por todas, solicitaba para la Educación en España, como requisito ineludible, el anterior ministro Gabilondo, hace que fatalmente sus reformas estén destinadas a caer  en el pozo del olvido en cuanto la izquierda vuelva e imponga su filosofía. Porque aquí, lo que en el fondo subyace son dos modos bien distintos de ver y abordar la vida, las dos Españas a las que aludía el bueno de Machado, que tuvo la gran suerte de que su abuelo, Machado Núñez, lo mandara a la Institución Libre de Enseñanza de Giner de los Ríos. Fue suficiente. Sin aquella escuela prodigiosa, Machado no habría sido Machado; y, de haber seguido por aquellos pasos, hoy España sería un modelo a seguir en el mundo.
            Estoy de acuerdo, pese a todo, con la filosofía de Wert cuando denuncia que los estudios universitarios se han vuelto, en muchos casos, un auténtico carnaval, con alumnos que ni tan siquiera se preguntan qué puñetas hacen allí salvo entorpecer el desarrollo de los que aspiran a extraer el máximo de conocimientos y destrezas porque, entre otras cosas, ellos sí tienen vocación y saben lo que realmente hacen allí. En medio de esos dos grupos tenemos una masa considerable de alumnos que van al mínimo esfuerzo, con muy escasa vocación, que estudian porque algo hay que hacer, pero nada más; alumnos que sólo a trancas y barrancas alcanzan el 6, y que, todos nos damos cuenta, jamás podrán sacar una oposición dura, y estarían muchísimo mejor si algún experto los hubiera orientado hacia algún módulo de Formación Profesional, donde posiblemente habrían terminado por realizarse como personas y como profesionales. Pero, por lo que sea –posiblemente por inercia–, han terminado en las aulas de una Facultad universitaria, inconscientes, ellos y sus familias, de lo que al Estado le cuesta este capricho.
            Ahora bien, que en vez de abordar el problema en su base, como debió hacerse hace años, quieran centrar el problema en el tema de los becarios haciéndoles pagar el desaguisado al que, entre unos y otros, ha llegado la Educación en España, en especial la universitaria, son palabras mayores. Hay que exigir sacrificio y esfuerzos a becarios y no becarios, pero pensar que una chica o un chico pierdan una beca y, con ello, la posibilidad de labrarse un futuro, por una asignatura o un profesor que se les haya atragantado, como tantas veces ocurre, es algo digno de reconsiderar, como digno de reconsiderar son hechos puntuales que a menudo se soslayan, como que hay carreras considerablemente más duras que otras y que, por consiguiente, exigen distinto tratamiento; o que asimismo hay alumnos que, por las circunstancias que sean, a menudo económicas, tardan en madurar mucho más que los que no han tenido la oportunidad de estudiar en un colegio privado o de élite. Todas y otras muchas cosas que no puedo aquí sacar a colación por falta de espacio, exigen un respeto y una consideración, señor Wert. Lo fácil en la vida es establecer la tabula rasa.


                                                Juan Bravo Castillo. Domingo, 30 de junio de 2013 

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