IGUAL PERO PEOR
Hasta los que ansiábamos salir del eterno bipartidismo (Cánovas-Sagasta / Sagasta-Cánovas), ese sempiterno cara y cruz de la medalla, andamos ya hastiados del triste espectáculo que vienen dando en España, desde hace tres años, los cuatro grandes partidos encerrados en su burbuja e incapaces de entenderse más allá de lo que implica el simple hecho asignarse unos pingues emolumentos.
De lo que ocurrió el jueves, día de Santiago, Patrón de España, todos, absolutamente todos, por acción o por omisión, fueron culpables. Unos más que otros, ciertamente, pero todos. Un juego de trileros en el que todos esperaban sacar tajada. Un desastre, vamos. Han primado, como se ha puesto en evidencia, los intereses bastardos de los partidos por encima del interés supremo del Estado, entidad a la que todos dicen servir, aun cuando cada vez importe menos, incluso a los que rinden culto exagerado a la bandera.
El momento cumbre, una vez más, lo alcanzó Pablo Iglesias cuando, confundiendo el lugar en que se encontraba, intentó, in extremis, en plena tribuna, un desesperado intento de cambalache –el ministerio de Trabajo por las Políticas de Empleo–, dejando bien explícito lo que él entiende por Gobierno de Coalición: coger cargos –cosa que obsesiona tanto a él como a su esposa–, para así constituir un segundo poder dentro del poder. Inaudito. Eso lo supo muy bien ver Pedro Sánchez, tan ambicioso como él, y hasta se atrevió a meter el zorro entre las gallinas con una propuesta suicida. ¿Cuánto habría durado ese gobierno bicéfalo? Nada extraño que el cada vez más populista Rivera –¡quién te ve y quién te recuerda! Hasta el punto de parecerte cada vez más a Rosa Díez–, se sirviera del término “botín” para calificar lo que estaba viendo.
Los hay dentro del Parlamento que piensan que están en un mitin de Facultad, y son incapaces de entender que son millones de personas las que los contemplan y se avergüenzan de su conducta. Más de uno lo ha dicho: aquí ha sobrado prepotencia, soberbia, y ha faltado feeling, consideración y sentido común. Una vez más se ha pretendido empezar la casa por el tejado y nadie se ha acordado de aquello de “programa, programa y programa” del bueno de Julio Anguita. Una vez más, la izquierda, ante el íntimo júbilo de la Triada capitolina, ha repetido lo de siempre, lo que viene ocurriendo desde la Guerra Civil española, que tanto escandalizó a George Orwell, y, naturalmente, a otros muchos: su incapacidad de entendimiento y acuerdo. Las disensiones entre cenetistas, ugetistas, socialistas, anarquistas, comunistas, etc., le puso a Franco la contienda en bandeja. En 2016, Rajoy se rió a mandíbula batiente con el empecinamiento de Iglesias. Y ahora está a punto de repetirse el esperpento valleinclanesco, por más que sus señorías hayan optado por irse de vacaciones estivales, cobrando, claro está, sus cuantiosos emolumentos, y dejándose el carrito de los helados en medio de la calle y los deberes por hacer. ¡Ejemplar, sin duda ejemplar!
Sus señorías olvidan que, en momentos de emergencia, hay que olvidarse del descanso y declarar el estado de actividad permanente, como lo hicieron Danton, Saint-Just, Robespierre y demás revolucionarios cuando se encerraron en las cortes parisinas y prometieron no salir de allí hasta que Francia tuviera una Constitución. De todos modos, y en vista de las escasas luces de nuestros dirigentes, incluso puede que sea bueno que gocen de unos días de asueto a la orilla de mar o en la alta montaña, donde esperemos que algo o alguien venga a iluminarlos. Es muy triste ver que en este país parecemos condenados a la incuria política, con individuos que sin saber ni cómo ni por qué aparecen un día en el escenario político y, nombrados jefes o ministros de algo, se lanzan de cabeza sin pensárselo dos veces, sin tomar conciencia de su incapacidad y haciendo lo mismo que se hacía en los matrimonios sin amor: el roce hará nacer el cariño; del mismo modo, aquí te hacen ministro del ramo y luego aprendes.
Juan Bravo Castillo. Domingo, 28 de julio de 2019
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