LA SOLEDAD ES ESTO
Entre los numerosos azotes que se ciernen sobre la Humanidad en este siglo XXI, probablemente uno de los más terribles sea la soledad, la exclusión. Las cifras ya hace tiempo que se tornaron preocupantes en España. En Castilla-La Mancha, concretamente, en la actualidad, una de cada cuatro personas vive sola (o, dicho de otra manera, de los 780.675 hogares de que consta la región, 186.388 son unipersonales).
Evidentemente esa cifra es matizable, puesto que en ella hay un alto porcentaje de gente joven que, por una u otra razón, prefiere vivir sola. Pero lo que no se puede ocultar es el altísimo porcentaje de gente mayor que vive relegada, aislada, con o sin familia, pero aislada, y lo que es peor, a menudo en unas condiciones dramáticas de pobreza, condenada a subsistir con una cantidad irrisoria, con pensiones miserables y que permanecen desvalidos viendo pasar el tiempo sin pizca de ilusión.
¿Alargar la vida para eso? ¿Tiene sentido ver pasar los años de ese modo? Porque, no nos engañemos, vejez y enfermedad van cogidos, por lo general, de la mano. Mientras un ser humano puede valerse por sí mismo, con o sin recursos, bueno va. El problema es cuando hay una enfermedad crónica por medio y ni siquiera se dispone de los medios necesarios para ingresar en una clínica.
Antaño, el abuelo o la abuela formaban parte de la familia, sintiéndose, en cierto modo, útiles. Hoy, el sistema imperante tiende a exprimir como un limón la energía del ser humano a costa de salarios miserables que apenas permiten vivir y aún menos ahorrar; un sistema que, en cuanto te ve flaquear, o en cuanto no le convienes, te expulsa con violencia y te deja relegado en el cuarto oscuro de los sueños rotos, con unos hijos a menudo alejados de ti, presa de sus múltiples ocupaciones, a los que ves de uvas a peras. El que tiene suerte de contar con su pareja o con algún familiar puede darse por contento, pero la tragedia empieza el día en que te quedas solo. Sientes entonces el peso de la soledad, sin duda uno de los pesos más agobiantes de la existencia, y la impotencia y la amargura empiezan a hacer mella en ti.
Vamos a pasos acelerados hacia una sociedad inhumana, una sociedad de seres condenados a vivir en un estado semivegetativo. Recuerdo con verdadera angustia a un amigo que un día nos encontramos en Madrid muerto en la sala de estar. Llevaba casi una semana fallecido, estaba vestido de calle y todo denotaba que no había podido llegar al teléfono; tenía la televisión encendida, siempre la tenía, día y noche, noche y día; era una forma de sentirse acompañado. También conocí a un anciano, en Zapateros, que vivía solo y su único consuelo era ver en la televisión las corridas de toros; el resto del tiempo se lo pasaba sentado frente a la chimenea viendo consumirse los troncos de leña; se alimentaba prácticamente de lo que le llevaban las vecinas.
La soledad es esto, que decía Millás. Y uno se pegunta, ¿por qué los Estados no se toman en serio este tema y establecen un sistema obligatorio para que los jóvenes del botellón y de la droga dediquen unos meses de su vida, al menos, a atender a este tipo de personas necesitadas, impedidas, miserables y a menudo desesperadas. Sería una forma de concienciarlas, de luchar contra la estupidez y el vacío imperantes y hacer gentes responsables. Ya sé, ya sé que existen asociaciones, gente comprometida, personas responsables, pero son pocos. La mayoría, la inmensa mayoría, los de Operación Triunfo, los obsesos de la telebasura y de la estilización, los cosméticos y poscosméticos viven ajenos al dolor, a la miseria, mientras miles de seres languidecen presa de la eterna indiferencia del mundo, que decía Albert Camus.
Juan Bravo Castillo. Domingo, 4 de noviembre de 2018
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