DUELO DE EGOS
Jugar con los sentimientos de la ciudadanía no es grato, pero está claro que en España a un tonto le das un lápiz y te pincha. No me gusta hablar de fútbol en esta columna por aquello de que tengo asumido que hoy más que nunca este deporte se ha erigido, ya sin cortapisas, en el opio del pueblo, pero de algo hay que vivir.
Dos
acontecimientos escandalosos han marcado la historia de este deporte en estas
últimas semanas en España: la actitud de un recién nombrado presidente de la
Federación Española de Fútbol y el notición del “regalo” que Florentino
Sánchez, presidente del Real Madrid, acaba de hacerle a la Juventus, su enemigo
tradicional.
Lo
del señor Rubiales marca un hito en la historia de la necedad de un dirigente
deportivo en este país que jamás se ha caracterizado por sus lumbreras; lo de
Florentino es un hito a la prepotencia del tipo adinerado que se cree por
encima del mundo.
Tener
una selección de fútbol, como la española, que había conseguido clasificarse
brillantemente para el Mundial de Rusia bajo la batuta de Julen Lopetegui, y
que tenía a más de veinte millones de españoles ilusionados y esperanzados de
revivir lo ya logrado en Sudáfrica, y, por una cuestión de egolatría disfrazada
de principios y cosas así, tirarlo todo por la borda, no tiene nombre. Que el
señor Rubiales, después de haber demostrado una inaudita falta de control sobre
sí mismo, siga en la Federación me parece un insulto a la inteligencia.
Cargarse a las bravas a Lopetegui a dos días de debutar en Rusia porque,
digámoslo como nos dé la santa gana, había fichado por el Real Madrid, en vez
de reprimir, como ha de hacer un señor responsable, ese primer movimiento
violento, y poner en la balanza los pros y los contras antes de tomar tan
brutal resolución, me parece del género imbécil. Los resultados a la vista
están, con un Fernando Hierro secundando el ridículo de su jefe y con una
selección española que, de ser bien dirigida, podría estar jugando esta tarde
la final del campeonato del mundo en Moscú a Francia, en el puesto de Croacia.
Y que ese señor Rubiales, después del estropicio, siga luciendo su ego sin que
nadie le haya pedido cuentas, me resulta de espanto. Ya digo: hay algo peor que
un malvado, y es un tonto, porque éste no descansa.
Lo
de Florentino no es nuevo. Su historia está plagada de errores sublimes como el
de regalarle al madridista Eto´o al eterno enemigo catalán y el de relegar al
mejor futbolista de la época Ronaldinho por el guapo de Bekham, experto en
vender camisetas, lo cual hizo al Real Madrid, perder dos o tres copas de
Europa. Ahora, la suerte, no olvidemos su forma alevosa de echar a Del Bosque,
el fichaje rayano en lo absurdo de Rafael Benitez –el que pretendía enseñarle a
tirar las faltas a Cristiano Ronaldo– y su salida por la puerta falsa para dar
entrada, en una apuesta en la que pocos y posiblemente ni el propio presidente
confiaban, de Zinedine Zidane, se encaprichó del Real Madrid, que acaba de
vivir una época comparable a la de sus inicios en Europa. Y ahora que todo
pintaba de color de rosas, por un asunto turbio del que algún día nos
enteraremos, recién conquistada la decimotercera copa de Europa, sale disparado
Zidane, y, para colmo, hace su obra maestra facilitando la salida, nada menos
que a la Juve, de Cristiano Ronaldo, el caprichoso de Cristiano Ronaldo,
olvidando que, a veces, para mantener a un genio, como ocurriera con Marilyn
Monroe o Marlon Brando, había que tragar quina Santa Catalina. Y lo peor de
este caballero, que tiene el dinero por castigo, es que se cree que con
billetes se consigue todo: craso error. ¿Le exigirá responsabilidades la masa
social del Real Madrid que tanto adoraba al segundo Di Stéfano? ¿O callarán
como corderitos viendo cómo otra vez la afición barcelonista se frota las
manos? Porque de explicaciones, como Rubiales, nada de nada. ¡Qué país y qué
dirigentes, mon Dieu!
Juan Bravo Castillo.
Domingo, 15 de julio de 2018
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