CONMOCIÓN EN LAS AULAS
Dicen
que no hay mal que por bien no venga, y qué razón lleva el refranero. El
escándalo de Cristina Cifuentes –dejando a un lado su empecinamiento en negar
la evidencia– ha abierto la caja de Pandora, dejando un rastro de
imprevisibilidad que todos deseamos que sea para bien.
Cuando
la Universidad dependía del Ministerio había, qué duda cabe, corruptelas
universitarias por parte de los sanedrines de cátedros (o catedráticos)
empeñados en mantener un statu quo que les favoreciera; pero ahí estaba, por lo
general, el nivel intelectual para garantizar el prestigio de las
universidades. No eran idílicas, pero mantenían el tipo.
Dos
factores vinieron a alterar la institución universitaria: uno, el Estado de las
autonomías; otro la injerencia de la política. Considero, como catedrático de
Universidad, que el desastre comienza con la descentralización universitaria,
propiciada y fomentada desde Cataluña en la era pujolista para fraguar lo que
él ya veía como el Estado catalán, República catalana o lo que fuera, es decir,
una universidad endogámica donde el que no comulgara con el rancio nacionalismo
no pudiera entrar o no tuviera porvenir.
La
universidad se vulgarizó en la medida en que se politizó hasta el punto de que
eran –y son– los presidentes regionales y sus acólitos los que se erigieron en
dueños de la situación, simplemente porque eran los dueños de la caja. La
Universidad de Castilla-La Mancha –y puedo dar testimonio de ello– creció al
ritmo marcado por José María Barreda y Juan de Dios Izquierdo, en quienes
delegó don José Bono desde su mismo nacimiento. El dedo divino funcionó durante
años y, de ese modo, se generó un clientelismo exagerado. Véase, por no citar
más que un ejemplo, el caso de doña Carmen Bayod, a quien el catedrático
Alfredo Iglesias se quitó de encima por negarse a firmar un documento de apoyo
a Felipe González. Si, por el motivo que fuera –y puedo dar fe a quienes me
pregunten–, criticabas el sistema o te oponías al designio del Jefe de turno,
inmediatamente caías en desgracia, te negaban el pan y la sal, y trataban por
todos los medios de excluirte del sistema.
A
río revuelto muchos pescadores hicieron su agosto. Gentes como el director del
polémico máster de Cristina Cifuentes es un ejemplo del mercadeo de
determinados catedráticos que hicieron de su capa un sayo y de su cátedra una
plataforma de poder para adquirir prebendas a cambio de algo sustancioso. Por fortuna,
esas manzanas podridas, que todos conocemos, son una minoría en una institución
universitaria donde la gente, por lo general, trabaja con seriedad y
honestidad, con sus aciertos y errores. Pero, como ocurre siempre que no hay un
sistema de control y depuración adecuado, a la hora de la verdad pagan justos
por pecadores, de tal modo que te tienes que pasar el día soportando la chanza
generalizada, incluso de tus íntimos, y dando explicaciones de que la
universidad no está podrida, sino sólo mediatizada, por no decir politizada.
Por
fortuna, los alumnos han salido a la calle viendo el monumental escándalo
organizado por la Presidenta de la Comunidad de Madrid, conscientes, además, de
lo que les va en el envite. Esto ha producido una verdadera conmoción en la
propia universidad y en todos aquellos que durante años fueron inflando sus
curricula con mentiras y patrañas (tiene estudios de…; ha sido profesor de…; es
máster de…). Mentiras piadosas de tanto político –desde Luis Roldán–, empeñado
en darse lustre y prepararse el terreno para la “puerta giratoria”. Esperemos
que se acabe este concubinato y los culpables
no hallen compasión. Ya está bien.
Juan Bravo
Castillo. Domingo, 15 de abril de 2018
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