SEMANA NEGRA PARA LA MARCA ESPAÑA
Me
parece muy bien que, por razones tácticas, el juez Pablo Llarena no emitiera el
pasado lunes la euroorden correspondiente para que le echaran el guante de una
puñetera vez a este emisario de la antiespaña a su llegada al aeropuerto de
Copenhague; me parece menos bien que le permitieran arremeter una vez más
contra España de una forma desaforada en la “conferencia” que, bajo el título
“¿Cataluña y Europa, en una encrucijada por la democracia?”, leyó en el
departamento de Ciencias Políticas de dicha universidad danesa. Pero que ni
siquiera se enviara, desde el ministerio de Asuntos Exteriores español, o desde
donde fuera, a un par de expertos para rebatir tanta calumnia y tanta mentira
contra España, me parece un delito de leso patriotismo para el Gobierno español,
que día a día permite que el tal Puigdemont denigre de una forma inmisericorde
los valores y las esencias de un país cargado de historia como es España, para
regocijo de sus enemigos, que, como vemos, son múltiples y variados.
Por
fortuna –que siempre hay una fortuna para suerte de Rajoy–, una de las ponentes
del consiguiente debate, la profesora Marlene Wind, europeísta convencida, harta
de escuchar tal retahíla de disparates, tomó la palabra y, con argumentos
certeros, dejó al descubierto ante los dos o tres centenares de estudiantes,
euroescépticos, curiosos y demás familia, la verdad del “desesperado” ex
president de la Generalitat, es decir, que a él lo único que de verdad le
importa es salvar su cabeza, aunque, para ello este dispuesto a zapar las bases
de Europa y, por supuesto, de España.
Decir
que en España hay presos políticos, decir que el franquismo sigue vivo entre
nosotros, asegurar que en España no hay democracia, que se persigue a quien no
piensa como los demás, que la intolerancia es una constante y otras lindezas de
igual o parecido calibre, y argumentar al día siguiente que lo mejor que podría
hacer el Gobierno de Madrid es permitirle entrar en España como si tal cosa, echar
pelillos a la mar, exonerarlo de toda culpa y dejar que lo nombraran president
electo, es una broma de alto calibre.
Oyendo
a Puigdemont nos damos cuenta del error que cometió Rajoy después de aplicar el
artículo 155 de la Constitución. Yo no sé quién fue el consejero que le susurró
al oído la idea de convocar elecciones tan sólo dos meses después, dejando
además que se presentaran todos aquellos que habían quebrantado las leyes
vigentes firmando el acuerdo de la creación de la República Catalana; pero,
quien lo hizo erró el tiro, pues era más que previsible, visto lo visto el 1 de
octubre, que el cáncer se extendiera aún más. Lo que estamos viendo, salvo en
el caso de los que, como Forcadel, Mas o hoy mismo, el ex consejero de
Interior, Forn, es el viejo dicho de los mismos perros con distintos collares.
Todos siguiendo el ideario trazado al pie de la letra. Todos, derecha e
izquierda independentistas, llevando a cabo el mismo papel.
De
todos modos, queda mucho esperpento por representar, para agonía de Rajoy, ya
que, es evidente que, de la misma forma que Puigdemont y los suyos vienen
marcando la iniciativa desde que salieron de Barcelona rumbo a Marsella, ante
el estupor de Moncloa, que todo lo fía a los jueces y a la paciencia del santo
Job, lo más duro está por llegar, y no descartemos que quien arteramente
aconseja a Puigdemont nos prepare una sorpresa mayúscula. Mientras tanto, la
gente en Europa se pregunta cómo se puede dar en un país tanta estulticia,
tanta necedad y tanto complejo. Yo, si fuera Rajoy, estaría muy preocupado, no
sólo por mi propia imagen inoperante y torpe, sino también, lógicamente, por la
de España y los españoles.
Juan Bravo
Castillo. Domingo, 28 de enero de 2018
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