DE PENSIONES Y PENSIONISTAS
El
pasado sábado 13 de enero, en el programa la Sexta Noche, asistimos a un
interesante cara a cara entre dos eminentes economistas, Juan Ramón Rallo, un
liberal de tomo y lomo a la neoyorquina, y José Carlos Díez, socialista con
amplia visión de futuro de los que dicen al pan pan y al vino vino. Los dos
estuvieron de acuerdo en que las cosas pintan pero que muy mal para las
pensiones, cosa que a nadie medianamente informado puede pillar de sorpresa, sobre
todo porque el Gobierno de Rajoy, que ha agotado prácticamente la hucha de las
pensiones –menos mal que era la derecha la que tradicionalmente tenía que venir
a solventar los derroches de la izquierda–, parece no tener ninguna prisa en
poner algún tipo de solución al problema, con un Pacto de Toledo prácticamente
paralizado y un porvenir negro, negrísimo, por culpa de la pésima calidad de
los salarios y de la avaricia de los empresarios que todo lo quieren para
ellos.
Pero,
en tanto que Juan Carlos Díez, muy crítico con el Gobierno, trató de aportar
soluciones de futuro, lo más llamativo del cara a cara fue la actitud de Rallo,
que, no sabemos si motu propio o
propulsado por cerebros expertos en lanzar globos sonda, reiteró no dos, ni
tres, ni cuatro, sino cinco veces en menos de cinco minutos, que los
pensionistas españoles –esos mismos que mediante lustros y lustros de cotizar
hemos mantenido, mal que bien, a las generaciones pasadas de jubilados– tenemos
que ir haciéndonos a la idea de que “las pensiones del futuro se van a ir
devaluando un 33%” (sic) hasta 2050. Lo curioso, desde luego, fue esa
reiteración machacona, como si estuviera sirviendo los intereses de aquellos
“liberales” que tratan de demoler el sistema –uno de los grandes logros de
España, junto a la Seguridad Social y la Educación– para que cada cual se vaya
preparando por su cuenta su propio plan de pensiones. Macho este Rallo
encargado de amargarle el sueño a millones de españoles con sus cantos
agoreros.
El
asunto, desde luego, está que trina, y, como suele ocurrir en esta España de
las Autonomías y de las barreras separatorias, cada cual, ante lo que pensamos
que puede ser otra imposibilidad de entendimiento en el famoso Pacto de Toledo,
empieza a lanzar salvas: el PSOE anunciando dos nuevos impuestos a los bancos,
que no serían más que el chocolate del loro; la ministra de Trabajo dejando que
sean los propios jubilados los que elijan los veinticinco años que más le
convengan a la hora de cobrar sus respectivas pensiones. Y, lógicamente, los
sindicatos poniendo el grito en el cielo, porque todo lo que no sea una
solución global y consensuada carece de sentido.
Y
sin embargo, nadie, pero que nadie, nadie, habla de soluciones que podrían y
deberían venir de allí donde en verdad hay “chicha”. Es evidente que el Estado
de las Autonomías que nos hemos montado es una maquinaria que nos devora:
diecisiete autonomías, diecisiete pequeños estados con sus abultados
parlamentos, su recua de políticos, sus consejeros, sus directores generales,
su número infinito de asesores y de consejeros, y de enchufados y de vividores,
a esos es a los que convendría aplicarles una reducción progresiva, no de aquí
a 2050, sino de aquí a mañana o pasado. Estos jefecillos autodenominados
presidentes, barones o comoquiera que se llamen, gobiernos regionales,
consejerías, tribunales, televisiones autonómicas, entes de todo tipo, ahí es
donde esté el gasto insoportable que impide que España camine con buen pie,
como Francia y Alemania. Pero, claro, hablar de eso, es demagogia, es
preferible mandar “rallos” anunciadores de catástrofes a horas de máxima
audiencia, para seguir sembrando el miedo de los que todo lo fiaron al sistema
y ahora ven cómo el sistema los traiciona. ¿Hasta dónde podrá llegar la
maquinaria pesada de los que se han acostumbrado a vivir de la sopa boba?
Juan Bravo Castillo. Domingo, 21
de enero de 2018
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