¿Y AHORA QUÉ?
El
durísimo varapalo recibido por Rajoy en las elecciones catalanas del pasado
jueves no admite paliativos, y digo de Rajoy, que no tanto del PP, hasta ese
punto el personaje ha adquirido visos de impopularidad –para ser fino– por
aquellos lares.
Y
ya no sólo por el brutal descenso de ocho escaños hasta quedarse en diez,
escaños que han pasado directamente a Ciudadanos; sino también porque uno tiene
la intuición de que el espectacular resultado conseguido por el prófugo
Puigdemont –en el exilio para sus feligreses–, en detrimento de ERC, que, en
circunstancias normales habría sido la ganadora de estos comicios, se debe
básicamente al morbo que conlleva ver si, de regreso a España en olor de
multitudes, Rajoy tendrá los bemoles para echarle el guante en la frontera y
llevarlo derechito a la cárcel.
Un
efecto doble, como vemos, y que prueba, una vez más, lo que dije la pasada
semana, que se equivocó gravemente convocando unos comicios tan próximos a la
aplicación del 155 y con parte del gobierno catalán recién cesado en la cárcel
y otra en en Bruselas. No hay mayor ciego que el que se ciega de poder y se
obstina en no ver la realidad –con la de consejeros y asesores que tiene, ¡Dios
mío!–. Porque le gran preocupación del PP gobernante es sin duda, a día de hoy,
calcular hasta qué punto estos
resultados catalanes, que los deja prácticamente en fuerza residual y sin tan
siquiera grupo propio, puede afectar al resto de España por culpa de su
inmovilismo, su falta de reflejos y actuado tarde, mal y nunca, frente a la
juventud y dinamismo de Albert Rivera, que poco a poco le está comiendo el
terreno y la tostada.
Como
mucho nos temíamos, el bloque independentista, soberanista, etc., y pese al
incuestionable triunfo de Ciudadanos, con Inés Arrimadas a su frente –mucho
valor el de esta joven luchadora–, se ha vuelto a imponer, con sus dos millones
de fieles, que incluso se ha incrementado en un cinco por ciento, lo que
demuestra que va a más. De nada le ha servido al Gobierno de Rajoy, con todo el
despliegue de sus medios de comunicación, meter el miedo en el cuerpo de los
catalanes con la consabida caída del turismo, y la retirada masiva de las
empresas y bancos. El fanático es fanático hasta la muerte y esta gente está
“muy bien trabajada”, no desde la razón, sino desde el sentimiento, y el odio
que a diario muestran a España y los españoles no es algo baladí. A éstos la
“República catalana” soñada va a ser muy, pero que muy difícil sacársela de la
cabeza.
Seguimos
igual, pero peor. La inestabilidad está servida y, aunque muy bien se podría
decir que, por más que sepamos los que han perdido, nadie ha ganado. Los
discursos de los ganadores cesesionistas la noche de los comicios muestran
hasta qué punto van a seguir su hoja de ruta, aun cuando, asimilando la
experiencia pasada, finjan un doble juego perverso. Quedan, no obstante,
preguntas envenenadas en el ambiente: ¿Qué pasará con Puigdemont? ¿Se unirán
ERC y JxCat con la Cup, cuyos cuatro escaños –tras el duro varapalo recibido–
resultan muy importantes para el bloque?
Y
así, tras la inmolación del PP, los vulgares resultados obtenidos por Iceta, y
un triunfo puramente testimonial de Ciudadanos, a los que ansiamos la unidad de
España tan sólo nos queda un consuelo: que somos doscientos mil votos más que
ellos: 2.2600.00 frente a 2.060.000. La división está servida. Imagino que
habrá que apostar por el diálogo.
Lunes
25 de diciembre de 2017 Juan Bravo Castillo
El único consuelo son más los
constitucioalistas.
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