URDANGARÍN NO PIERDE LA ESPERANZA
Urdangarín
es uno de esos hombres a quien no le importaría que el mundo se hundiera a su
alrededor con tal de que él se salvara. Urdangarín, por lo demás, es uno de
esos hombres que todo lo fían al olvido de los demás; por eso hizo lo que
Puigdemont, poner tierra de por medio, y esperar, en el dulce exilio, por no sé
quién sufragado, la llegada de la amnistía. No está mal eso de irse a la dulce
Europa donde nadie te conoce y no tener que sufrir la tortura que le habría
esperado en cualquier ciudad de España.
Ahora
bien, lo más asombroso de Urdangarín, es que él, como su esposa la infanta
Cristina, se cree inocente, de una inocencia virginal propia de los que un día
la fortuna los sitúa por encima del bien y del mal. Vamos, que no tiene ni la
mínima conciencia de ser un delincuente, hasta el punto de hacernos pensar que
conductas como la suya eran habituales en su entorno, donde todo se da por
añadidura, y donde quien más quien menos vive esperando que le caiga la breva.
Por
eso, no contento con la sentencia de seis años y tres meses de cárcel que le
impuso la Audiencia Provincial de Parma –una auténtica bicoca, frente a los
diecinueve que le correspondían –, y un tanto cabreado por la petición de la
Fiscalía de incrementar la condena del exduque hasta los 10 años de cárcel por
las actividades delictivas que realizó con su exsocio Diego Torres, su abogado
Pascual Vives presentaba el pasado miércoles, a instancias suyas, un nuevo
escrito ante la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo en el que insistía en que
debe ser anulada la condena impuesta por la citada Audiencia, entre otras
razones, porque él nunca se ocupó de temas contables, financieros ni fiscales
en relación con este organismo, por lo que (sic) “no se puede demandar al olmo
por no dar peras”.
Ventajista,
como su mujer, además de cobarde, Urdangarín vuelca las tintas sobre su exsocio
Diego Torres, e insiste en que siempre estuvo convencido de que la labor que
llevaba a cabo en el instituto Nóos era
sin ánimo de lucro. Es evidente que el mozo está nervioso y le importa un bledo
que su cuñado Felipe VI esté pasando por un momento la mar de delicado por el affaire catalán, en el que los
independentistas buscan con verdadero ardor razones para su causa.
Con
esto, una vez más el exduque rompe el pacto de silencio que se le impuso para
dejar que el tiempo imponga su ley de olvido y salga de cuentas con la menor de
las condenas a la que, probablemente, se le pudiera aplicar la amnistía.
Alegar, como su esposa, desconocimiento del delito de sus continuas tropelías,
además de provocar hilaridad, supone, por su parte, una falta de tacto rayana
en el absurdo y un grado de estupidez notable en sus asesores, empezando por
Pascual Vives.
Una
afrenta como la perpetrada por Iñaki Urdangarín no puede quedar sin respuesta
por parte de una Justicia en la que, a pesar de todo, queremos seguir teniendo
fe. Es mucho el daño moral hecho por el exdeportista para que se le permita
irse de rositas en una sociedad, como la española, en la que, en cuanto un
ciudadano de a pie comete el menor desliz, no lo libra ni la Macarena, como
hemos visto en el caso Blesa.
Basta,
pues, de dejar enfriar el tema –como ocurre con tantos otros– y actúe la Sala
de lo Penal del Tribunal Supremo lo antes posible para que la irresponsabilidad
del ciudadano Urdangarín sirva de ejemplo a los que a diario clamamos por la
Justicia, en un mundo donde, como ya dejé escrito en mis Máximas, ésta, la Justicia,
es el martillo de los pobres. Veremos hasta dónde llega este asunto.
Juan Bravo
Castillo. Lunes, 27 de noviembre de 2017
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