LA SOMBRA DE ANTONIO PÉREZ
En
política no hay enemigo pequeño, en especial cuando éste se encuentra bien
asesorado. Es difícil saber con certeza si Carles Puigdemont es o no es el tipo
atrabiliario que nos dejan ver sus contradictorios gestos durante los últimos
diez días, pero, de lo que no hay duda es de que estamos ante un personaje de
cuidado, un fanático catalanista perfectamente aconsejado, que se ha propuesto
seguir los pasos del resentido Antonio Pérez que, por puro odio a su amo Felipe
II, huyó a Aragón, y desde allí arremetió, primero contra su rey y señor,
después contra los castellanos, “pueblo maligno y perverso, lleno de orgullo,
arrogancia, tiranía e infidelidad”, y de los castellanos a los españoles,
convertidos en paradigma del orgullo, la intolerancia, la codicia, la crueldad
y la barbarie, iniciando así nuestra trágica “leyenda negra”.
Y,
como Antonio Pérez, Puigdemont, que nos tenía confundidos a la mayoría de los
españoles pensando que aspiraba al martirologio y a figurar posteriormente en
la historia de España, cuando nadie se lo pensaba, dio la espantada el pasado
fin de semana y, antes de recibir la citación de la jueza Lamela, en una jugada
perfecta, viajó en coche a Marsella y de allí, en avión, a Bruselas, dispuesto
a tocarle las narices a Rajoy y a su Gobierno por lo menos hasta las elecciones
del día 21 de diciembre.
La
magistral jugada del gallego, que por primera vez había tomado la iniciativa en
esta interminable partida de ajedrez en que se ha convertido el conflicto con
Cataluña, se le revolvió como un boomerang cuando, el pasado jueves la citada
jueza Carmen Lamela, en un auténtico golpe de mano, decretaba la prisión
incondicional sin fianza para el exvicepresidente catalán Oriol Junqueras y
para siete exconsejeros. Un auténtico bombazo que ha hecho temblar el andamiaje
de la autonomía catalana que, una vez más, como el día 1 de octubre, se
apresura a sacar buenos réditos de tan arriesgada resolución, inclinando a
buena parte de esa franja de catalanes que se debaten ente el sí y el no, hacia
el independentismo.
Y
así, error tras error –el de convocar las elecciones el día 21 de diciembre es
de libro–, nos disponemos, y ojalá me equivoque, a una barrida electoral que no
hará más que enturbiar aún más las cosas. Un problema como el que se ve
obligado a afrontar Rajoy tras años y años de dejarlo que se pudra, requiere
cintura, puño de hierro y guante de terciopelo, y sobre todo, política, mucha
política, diplomacia, nombrando –aunque mucho nos tenemos que sea demasiado
tarde– a un cónclave de expertos barones para darle un nuevo encaje a España;
de lo contrario, no les quepa duda de que Cataluña se va de España sin pegar un
tiro. Les bastará con seguir internacionalizando el conflicto, poniendo verde
día tras día a los odiosos e ignaros españoles, que amagamos y no damos, y poco
más: algaradas, caceroladas, y gente en la calle.
La
jueza Lamela, basándose en el riesgo que corremos de ver que los “conseillers”
terminarían imitando a su president haciendo un gobierno en el exilio, ha
convertido a ocho políticos normales y corrientes en diosesillos de tres al
cuarto, prestos a inmolarse por un tiempo en las cárceles españolas. Aquí, como
en todo, los errores se pagan y son demasiados los que estamos cometiendo ante
un grupo monolítico cimentado por el odio. Decir que el paro sube inexorable en
Cataluña, que las empresas se les van de la región y que los van a echar de
Europa, no hace más que aumentar las ansias secesionistas, perfectamente
alimentadas desde TV3. ¿Para eso tanto asesor, tanto consejero, señor Rajoy? ¿Ha
visto la última encuesta del CSIC catalán? Yo estoy muy preocupado, usted no sé.
Lunes, 6 de noviembre de 2017
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