SIN SALIDA



            Parece que el sueño de Puigdemont se desmorona por días, pero también es posible que eso no pase de ser una simple impresión. Los hay que sólo saben morir matando, y el “president” catalán, que ya estuvo a punto de morir en 1986, es de ésos. Victimista hasta el final, sabe que, una tras otra, se le cierran todas las puertas, pero cuenta con un arma todopoderosa y es el poder de millón y medio de convencidos, rebosantes de inquina y dispuestos a todo, dirigidos, además, por un grupo de fanáticos antisistema de la CUP que saben que la Historia no les va a dar otra oportunidad.
            Puigdemont y los suyos, por lo demás, han conseguido lo que en casi cuarenta años de democracia no se había conseguido, y es la toma de conciencia nacional, algo que, para bien o para mal, sólo se ha producido en determinados momentos en que el pueblo, saliendo de su habitual letargo, se ha arremangado y ha asumido el papel que le encomendaba la Historia. Por doquier que pases, adonde quiera que vayas, el estado de indignación se ha generalizado. La política, por unas semanas, le ha arrebatado su lugar al fútbol como pasión nacional –excepto en el caso del Fútbol Club Barcelona, convertido ya definitivamente en soberanista declarado–, y todos instan a Rajoy a intervenir de una vez.
            La tramitación del 155 es ya un hecho, pese a la lentitud con que se está poniendo en marcha, lo que deja tiempo y lugar para que el “Govern”, intentando retomar la iniciativa,  haga otra de sus jugarretas turbias y declare la República catalana, obligando a Rajoy a pasar a mayores. Además, el Gobierno central corre otro serio riesgo, y es que, anunciadas las medidas de excepción, y rotas ya todas las trabas, los independentistas, descabezados, con los líderes de la ANC y Òmnium Cultural en  la cárcel, se lancen definitivamente al monte y caigan en la tentación de la violencia.
           El acto de entrega de galardones del premio Princesa de Asturias del pasado viernes en Oviedo supuso un auténtico espaldarazo para Rajoy, pero al rey se le vio bastante desmejorado, lo que prueba lo durísimo que están siendo para él estos días. De todos modos, sus palabras no dejan lugar a dudas respecto a su posición valiente y decidida. Él, al menos, no puede soportar la idea de pasar a la Historia como el rey que tuvo que soportar una tercera secesión de España.
       Que hay miedo creciente en el ambiente parece indudable, tanto como que le solución del conflicto no pasa por una elecciones autonómicas que podrían desembocar en más de lo mismo. Cualquier solución válida necesariamente habría de pasar por una comisión de expertos de reconocidísimo prestigio, elegida por el rey Felipe VI, una comisión consensuada que trabajara el tiempo que fuera preciso para hacer bien lo que en su momento se hizo tan mal en materia territorial. Una comisión encargada de restañar las heridas, abrir nuevas perspectivas a nuestra nación española, hacer un proyecto ilusionante de país y dar ejemplo a esa Europa que, hoy por hoy, se siente un tanto avergonzada de lo mal que se han hecho las cosas por estos lares, y simplemente nos apoya para evitar el efecto contagio, que puede ser inminente.
         Todo lo que no pase por ahí es posible que se quede en pan para hoy y hambre para mañana. De cualquier modo, y ojalá me equivoque y Puigdemont salga, como don Quijote, de su encantamiento, nos esperan días difíciles y complicados que no harán más que abrir aún más la brecha en Cataluña y en España. 

                                   Juan Bravo Castillo. Lunes, 23 de octubre de 2017


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