CATALUÑA: HISTORIA DE UNA TRAICIÓN



            ¡Qué tristeza ha de embargar estos días a todos aquellos que, en plena Transición, desde todas las regiones de España, gritaban el nuevo eslogan: “Libertad, amnistía y estatuto de autonomía”! Estatuto de autonomía, sí señor. Yo nunca lo entoné, porque nunca me gustó aquello de las autonomías y aún menos lo del “café para todos”. Pero conozco a muchos socialistas y comunistas de buena fe que lo cantaron con auténtico entusiasmo, con el convencimiento de que había que retomar la historia tal y como había quedado en el momento en que la cercenó Franco.
            ¡Qué tristeza, insisto, la de los cientos de miles de demócratas españoles que, con Lluis Llac, cantaban La estaca y La gallineta, en las manifestaciones y en las tertulias, como melodías anunciadoras del nuevo horizonte, sin saber que estaban entonando el anuncio de lo que, para cerca de un millón de independentistas, son, junto al Segadors, los himnos de la que se pretende nueva república de Cataluña!
       ¡Con qué frivolidad se ha llegado a esta vergonzante situación! A veinticuatro horas del enfrentamiento final del 1 de octubre, somos la comidilla del mundo entero, que no entiende qué daño ha podido hacer España a esa turbamulta de enloquecidos catalanes para que hayan adoptado semejante actitud belicosa. Ni lo entienden ellos, ni apenas lo entendemos nosotros, ni tan siquiera el propio Rajoy y el Partido Popular, a quienes ha pillado por sorpresa este brutal estallido, perfectamente organizado desde la Asamblea General Catalana, dirigida por Jordi Sánchez, que tenía que haber sido desmontada y archivada hace meses e incluso años.
          Siempre dije que los organizadores de esta asonada iban un kilómetro por delante del Estado, y los resultados a la vista están: el cachondeo a la altura en que escribo estas líneas, y no me extrañaría que siguiera, es para llorar. Los jueces no dan abasto y la rebelión está en la calle; auténtico juego de trileros; hay que ganar como sea, dicen los secesionistas, y para ello todo es válido; hasta los curas han intervenido.
         La Asamblea Catalana se ha convertido en el Ministerio Goebbels y vemos cómo se actúa a plena impunidad, rotas ya hace días todas las barreras y todos los diques. El lavado de cerebro a pobres criaturas, niños, adolescentes, desempleados e inmigrantes ha sido de época, y apostaría algo a que Rajoy, esta noche, va a necesitar tomarse un transilium al menos para conciliar el sueño. Su “complejo de franquismo” y sus malos consejeros lo han paralizado a la hora de actuar en su debido momento, y, dejando todo en manos de los jueces y permaneciendo él atrás esperando que el asunto se arregle, lo único que ha  conseguido es exacerbar las cosas hasta límites increíbles. Un caso que en Francia, Italia o Alemania habría quedado resuelto en quince días, aquí empieza a tomar unos derroteros más que preocupantes. Por lo pronto, con su falta e reflejos, lo único que, de momento, ha conseguido es incrementar otro diez o quince por ciento el número de independentistas. Mala situación la suya, señor Rajoy, por menospreciar la astucia del enemigo y fiarse de su entorno.
      Desconocemos, lógicamente, el resultado del hipotético referéndum, salvo los resultados ofrecidos chulescamente por el fanfarrón de Junqueras –el Danton del equipo –: sesenta por ciento de participación y ochenta por ciento de síes. Y lo trágico es que mientras el Gobierno se empecina en cerrar los colegios, ellos tienen preparada ya su estrategia ante el mundo entero, anunciando la república catalana. Dicen que el martes ha convocado Rajoy al Senado para votar la aplicación del artículo 155; aseguran que el mismo lunes empieza una huelga general “revolucionaria”. ¿Quién parará este torbellino?


                   Juan Bravo Castillo: lunes, 2 de octubre de 2017

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