NAVIDAD
Ayer, más que nunca, anoche, mientras tantas y tantas familias comíamos nuestra cena de Navidad presidida por el Niño de Belén, boca arriba en su cunita de paja, humilde él, pero vivo al menos, y acompañado por la Virgen María y San José, miradas amables y acariciadoras, y la vaca y la burrilla dando calor al conjunto, mi pensamiento, más que nunca, vagaba por aquella playa de Turquía donde no hace mucho, ayer mismo, un amable policía recogía el cuerpito el pequeño Niño Jesús Aylán, boca abajo él, recogidito en su lecho de arena, como muñeco dormido, pero ahogado, muerto con su blusita, su pantalón y sus sandalias, cuando huía con su padre y sus hermanos, y la mano de su progenitor no lo pudo sostener… Sí, esa noche, Nochebuena, deberíamos haber vuelto el cuerpo del Niño Jesús de Belén, haberlo puesto boca abajo, rindiendo así culto a todos esos niños que como el pequeño Aylán, han ido c