¿QUÉ FUE DE BUSH Y SU CAMARILLA?




            Asombra la capacidad que tienen los poderosos para hacer mutis por el foro en los momentos delicados. ¿Qué pensará George W. Bush junior, seguidor y rematador de los destrozos de su glorioso padre, encargado por el Destino de demoler el viejo orden de Oriente Medio, al ver la imagen del cadáver de niño sirio tirado en la playa, que el pasado miércoles daba la vuelta al mundo ante el horror y la indignación de todo ciudadano bien nacido?
            Lo de la guerra de Iraq –la segunda, la definitiva– no fue sólo una enorme mixtificación, una mentira grandiosa, sino también el primer gran aldabonazo al equilibrio precario de un mundo convulso que, mal que bien, se mantenía merced al poder dictatorial de tiranos como Sadam  Husein, Gadafi, Al-Asad y otros de menor tono. Hoy, caídos aquellos sátrapas, lo que vemos es el caos más absoluto.
            Llegó un villano, apoyado por otros dos de su especie, y se aprestó a actuar de martillo de herejes –aquellas tristemente célebres armas químicas…–, cuando la realidad es que él no era sino el “tonto útil”, la punta del iceberg de una camarilla de tipos sin escrúpulos para quienes el petróleo era su Dios. Bush quitó la clave del edificio y todo se tambaleó hasta acabar siendo lo que vemos hoy: la vergüenza de miles y miles de refugiados políticos que huyen despavoridos de Siria, Iraq, Afganistán, etc., donde la muerte se enseñorea tras el cuchillo homicida de los fanáticos del Estado Islámico. Unos cuantos “iluminados” sacuden el árbol y sus frutos se tornan imprevisibles.
            Es la forma de actuar de estos salvadores de patrias norteamericanos que, desde la Segunda Guerra Mundial van de error en error y de calamidad en calamidad: las bombas de Hiroshima y Nagasaki; Corea, Vietnam, Iraq, Afganistán, las Torres Gemelas. Primero lanzan las bombas, provocando el Apocalipsis, y luego se agazapan en sus trincheras, confiando en que su formidable aparato propagandista los salve del baldón de ser comparados con Hitler o Stalin. Buena prueba de ese poder lo tenemos en cómo, en 1945, en cuestión de días, se acabó con el prestigio del que, por sus propios méritos y para el bien del mundo, debía haber sido el sucesor de Roosevelt, el muy honorable George Wallace, para colocar en su puesto a un títere llamado Truman, que cambió la Historia, ya que no sólo dio su aprobación a las bombas atómicas en Japón, sino que, confiando en el poder disuasorio de éstas, puso al mundo al borde de otra nueva guerra con la URSS. Hasta ese punto un villano puede resultar útil a los intereses de los grandes manipuladores de Wall Street y de los vendedores de armas.   
            Así se escribe la Historia. Ellos, los provocadores del terremoto, metidos en sus urnas de plata, y aquí en Europa, obligados a hacer frente a los estragos ocasionados por los, antaño, rebeldes sirios –a quien nosotros mismos europeos, no lo olvidemos, armamos para que derrocaran al tirano Al-Asad–, que constituyen hoy día un auténtico polvorín. La marcha ineluctable generada por aquellos traficantes y agiotistas disfrazados de salvapatrias en Oriente Medio, es hoy un alud incontenible. Sólo nos queda, al menos, la piedad, que no es sino un acto de justicia, con esos miles y miles de seres humanos que tratan desesperadamente de llegar a Alemania, la patria soñada, desde Turquía, Grecia y Hungría. Un problema urgentísimo e insoslayable al que la Unión Europea ha de hacer frente, dejando a un lado los egoísmos y miserias de los países que la integran. Den ejemplo, señores, por una vez.
                                  Juan Bravo Castillo. Lunes, 7 de septiembre de 2015.

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