LA DEGRADACIÓN DE LA IMAGEN DE ESPAÑA
El bochornoso espectáculo del toro
de la Vega en Tordesillas ha dado, en virtud del poder de los medios de
comunicación sensacionalistas, la vuelta al orbe, como hace poco los del toro
embolado con el fuego prendido de los cuernos, el del toro de Coria que acaba
fusilado de un certero tiro después de servir de mofa a toda la comunidad de
españolitos coriáceos presa de la vesania, y tantos y tantos.
A eso los protagonistas de la
fechoría, patriotas malgré tout, lo
llaman cultura, tradición cultural y otras zarandajas por el estilo; cultura que
está degradando la imagen de nuestro país a marchas forzadas en tanto que unos
cuantos miles de españoles nos dejamos la piel a tiras tratando de extender la
Cultura (con mayúsculas), la verdadera, como un maná de salvación, el único efectivo
probablemente.
Decía Machado, al españolito que
viene al mundo, que una de las dos Españas iba a helarle el corazón, y para los
que todavía siguen ignorándolo, ahí tenemos la otra mitad, no me atrevo a
llamarla de caínes, basta con señalarlos como la de aquellos que me hielan el
corazón con su barbarie, su salvajismo y su brutalidad.
No se dan cuenta del daño
irreparable que le están haciendo a su país, esa España que después del
advenimiento de la democracia, hacia 1980, parecía salir del túnel por el que
había naufragado casi cincuenta años, durante los cuales en Europa se nos
consideraba al nivel de los turcos y de los portugueses, casi africanos. Hasta
que hacia 1980, como decía, empezó a ser considerada en su justo precio por
nuestros vecinos, al tiempo que pintores, poetas, novelistas, deportistas,
arquitectos, etc., adquirían un relieve inimaginable tan sólo unos años antes.
Ahora, sin embargo, las aberraciones
que se ven todos los veranos en los pueblos de España, puntualmente divulgadas
por esas televisiones que tanto comulgan con la nefasta leyenda negra, amenazan
con anegar aquello que con tanto esfuerzo se gestó. Una amenaza que incluso se
extiende a las propias corridas de toros, tan controvertidas que, a este paso,
los toreros, a su llegada a la plaza, tendrán que ser protegidos por la guardia
civil.
Es muy posible que, de seguir así
las cosas, se acabe prohibiendo por ley todas estas brutalidades, por más que
estén arraigadas fuertemente en la gente y que su prohibición granjee una
considerable pérdida de votos a los alcaldes que tengan redaños para hacerlo.
Pero soy de los que opinan que las cosas no han de resolverse con interdictos,
sino convenciendo a la gente. Entretenerse torturando y matando a un animal,
embarcarse en una batalla a tomatazo limpio, bañarse en vino toda una
población, y otras lindezas por el estilo, son propias de un país primitivo,
arcaico e imbécil, además de inculto.
No cabe refugiarse en que esto es
una costumbre ancestral que la practicaban ya sus tatarabuelos. También durante
siglos se practicó la muerte en la hoguera, la horca, el fusilamiento y la pena
de muerte. Y, sin embargo, merced al buen hacer de cuantos lucharon contra el
fanatismo y el ojo por ojo, se acabó con esa lacra y con otras de parecida
naturaleza. España no debe ser diferente por semejantes actos vandálicos, sino
por su racionalidad. La España del Cid, que cantaba Corneille, ha de imponerse
de nuevo a la España Negra tan denigrada por los viajeros ilustrados e incluso
románticos.
Juan Bravo
Castillo. Lunes, 21 de septiembre de 2015
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