PROMESAS Y REALIDADES
A Mariano Rajoy, al parecer, le
salen las cuentas, o eso al menos es lo que dice, y, satisfecho y
autocomplaciente, da en sacar pecho aprovechando que España crece, sí, crece,
pero crece gracias a la merma de las plantillas de las empresas y gracias a los
progresivos recortes de los salarios de la clase trabajadora. Ésa y no otra es
la realidad. Nos han devaluado, a nosotros y a nuestro trabajo, con respecto a
Europa, han devaluado nuestras pensiones, en tanto que nuestros desempleados se
desesperan porque no hay sitio donde hallar un empleo, y nuestros jóvenes
lamentan su terrible sino.
¿Qué ocurre aquí? ¿Quién edulcora
las cifras y quién dice la verdad? ¿Quién fantasea y quién ve la realidad a pie
de obra? El bochornoso espectáculo –una vez más– del debate del estado de la
nación ha vuelto a ser el circo de siempre en el que, salvo las honestas
minorías, los demás se limitan a hacer el numerito, defendiendo sus trincheras,
y, como en la batalla de Verdún, muriendo en el intento. Nada de nada, tú más y
tú peor, con la sombra de Pablo Iglesias y “Podemos” y, en menor medida, la de
“Ciutadans” y Albert Rivera, flotando en el ambiente, como fuerzas emergentes y
con posibilidades.
Como de costumbre, el Presidente en
ejercicio, ante lo que se le viene encima este año decisivo, opta por echar la
casa por la ventana: tres millones de puestos de trabajo –ahí es nada–,
supresión de las tasas judiciales –otro varapalo al cadáver de Gallardón– y un
sinfín de promesas que sólo los votantes del PP están dispuestos a creer. Por
su parte, Pedro Sánchez, consciente de que tiene al enemigo en su propio
partido, optó por jugarse el todo por el
todo, sacó la dinamita que, efectivamente, llevaba dentro y, mostrando
su perfil más combativo, atacó a Rajoy con tan inesperada virulencia, que éste,
tan prudente y equilibrado habitualmente, acabó perdiendo la mesura, el tiento
y hasta la razón. Se pasó, en cuestión de segundos, del guante blanco al guante
de boxeo, y el espectáculo fue de consideración, jadeados respectivamente por
sus propios correligionarios, menos por Celia Villalobos que jugaba al “Candy
Crush”.
El colmo fue cuando Rajoy, perdidos
ya los papeles, dejó caer frases que un dirigente que se precie no puede decir
en un Parlamento, instando a su contrincante, que así lo parecía, a “no volver
más por allí”, o “a hacer y decir nada”, tildándolo de “patético” y, erigido en
poseedor de la verdad, descalificándole con un rotundo “No ha dado usted la
talla ni de lejos para ser el presidente del Gobierno”, y olvidando, claro
está, que no es él ni los suyos, sino los oyentes y comunicadores quienes han
de juzgar y calibrar lo aseverado por unos y otros.
Es el síndrome de la Moncloa, tan
habitual en todos los que viven allí rodeados de turiferarios. Una auténtica
reyerta no apta para cardiacos, ya digo, de la que sacarán aún más provecho si
cabe los que van como un rayo dispuestos a aprovechar esa falta de respeto y de
ideas, esa pérdida de papeles, para hacerse con el poder en el menor plazo
posible, y, si no, implantar sus leyes haciendo de bisagra.
Resulta, en definitiva, patético,
que ni unos ni otros tomen conciencia
nítida del momento crítico que ha de afrontar España. Esa incapacidad para renovarse, para mostrar
al menos civismo, buenas maneras y, sobre todo, ideas renovadoras e
ilusionantes, acabaremos pagándola entre todos, y si no, al tiempo.
Juan
Bravo Castillo. Lunes, 2 de marzo de 2015
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