MONOTEMAS



            Si por algo se caracteriza la política española en los últimos tiempos es por la profusión de los eslóganes con que a diario nos martirizan esos expertos del marketing que, desde las bambalinas, intentan llevarse siempre el gato al agua, reiterando mensajes y frases hechas que al final el vulgo acaba tragándose y creyendo a pie juntillas.
            Hace unos cuantos meses, por ejemplo, y en vista de que la situación de la clase política había llegado a límites intolerables en materia de corrupción, surgió con brío imparable, como el del pecador arrepentido, el término “regeneración democrática”, el cual, como es notorio, no tardó en hacer fortuna, hasta el punto de que lo oímos a diario en boca de toda clase de políticos al uso, que lo emplean como el que lleva un traje nuevo, convencidos de que basta reiterar una frase, como en el Credo, para que al final reciba la absolución.
            Muy arraigada ha de estar esa creencia entre nuestra clase política, pues, ¿cómo es posible, si no, que el Partido Popular, que viene denunciando, con razón, la obsesión catalanista de Mas y los suyos por llevar a cabo la célebre consulta el 9 de noviembre, haciendo de ese tema su objetivo primordial, el único de un Gobierno en una Comunidad que pierde y pierde peso, presa de una anemia acelerada por culpa de su falta de realismo y de sus prejuicios; ese mismo Partido Popular, ahora, en vista de los problemas que tiene para conservar diversas alcaldías, contra el parecer de todos los demás partidos, se empeñe en llevar a cabo una reforma del sistema de elección de alcaldes, a sólo unos meses, valiéndose de su mayoría absoluta?
            Estamos en un país de iluminados, por no decir de descarados, que un día ven la luz, caen del rocín, y desde ese momento viven únicamente para repetir una premisa, un dogma, una verdad peregrina repetida a coro. La solución de los catalanes, vista así, sería la consulta, palabra mágica que supondría, según ellos, la solución del problema catalán, que no es otro que segregarse de España, esa misma a la que chupó la sangre desde tiempos históricos y que, de la noche a la mañana, se convirtió en madrastra. La solución, para el Partido Popular, así de repente, sería cambiar la ley electoral para tratar de evitar que una coalición desbancara a alcaldesas carismáticas como la de Madrid o la de Valencia: todo un ejemplo de improvisación y oportunismo, por más que ello supusiera decir “diego” donde Rajoy, hace un año, decía “digo”.
      Creo sinceramente que este país de iluminados y voceros acabará siendo pasto de extremistas que, al menos, se presentan con su semblante no contagiado por las mil y una argucias de la vieja casta política que pretende “regenerarse” de boquilla. La política, la gran política, necesita planteamientos globales, planes perfectamente urdidos, y no gestos improvisados –como los que empezó a hacer Zapatero y que Rajoy ha llevado a su máxima expresión–, que nos están llevando al abismo. Cambiar las reglas de juego a mitad de la partida es propio de autócratas y dictadores de tres al cuarto, no de presidentes democráticos elegidos por un sector de la población que, creyendo en su programa, consigue alzarlo al poder. Pero es evidente que algunos siguen confundiendo el poder con el cheque en blanco. Y eso, por más que se diga, se termina pagando a alto precio.


                                Juan Bravo Castillo. Domingo, 7 de septiembre de 2014 

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