¿POR EL BUEN CAMINO?
Los últimos datos del empleo, o del
paro, según se mire, han servido de lenitivo a un Gobierno del PP al que llevan
meses creciéndole los enanos por doquier. La ministra Fátima Báñez el pasado
lunes no podía reprimir su sonrisa bobalicona al conocer los casi 130.000
empleos generados durante el mes de junio; le faltó solicitar la medalla al
mérito. Fue, qué duda cabe, una cifra balsámica, que, unida a las de los dos
meses anteriores, permitía a Rajoy y a sus ministros agenciarse unas vacaciones
plácidas a diferencia de lo ocurrido el pasado verano, cuando parecía que el
tinglado se venía definitivamente abajo.
Pero, ¿hay de verdad motivos para el
optimismo?, ¿cabe la posibilidad, como algunos dirigentes del PP pregonan, de
que la malhadada reforma laboral –malhadada, claro, para el trabajador– esté
dando sus frutos? ¿No será más bien que la creación de empleo en estos últimos
meses sea fruto de la estacionalidad en el sector servicios, principalmente en
el segmento de la hostelería y otros servicios de apoyo al comercio en general
en esta época estival? Porque si hay un motivo incuestionable de optimismo es
que, por lo menos este año, el turismo va a mantener su flujo, dado que lo del
norte de África adquiere visos más que preocupantes.
Es evidente que la coyuntura,
manipulada por una muy bien orientada propaganda desde los medios de
comunicación de la derecha, ayuda, y de qué manera, a un Rajoy que lleva meses
sin dar abasto. Afirmar como reiteradamente se afirma que España está en el
buen camino con una economía amenazada por todas partes y con unos países del
entorno en estado de auténtica conmoción como Portugal, Grecia e incluso
Italia, no parece excesivamente razonable. Los únicos datos positivos, en
especial los relativos a las exportaciones, están basados en la reducción del
casi el treinta por ciento de los salarios de los trabajadores: así cualquiera.
La realidad, la única realidad, es
que en España ni hay alegría ni confianza, tan sólo miedo: a morir de hambre, a
perder el empleo, a no poder sobrevivir, etc. Quien más quien menos, por
optimista que sea, sabe que, después del verano, las negras sombras del otoño,
cuando los turistas regresan a casa, se ciernen sobre nosotros, y nadie
garantiza que la cifra alcista se mantenga en esas fechas.
La austeridad como filosofía puede
ser muy buena para sanear el espíritu, pero como receta económica únicamente
sirve para llevar a los países al desastre. Si entras a un bar donde ni
siquiera te pueden ofrecer una mínima tapa, lo normal es que no vuelvas por
allí; lo contrario que si ves abundancia y buenos precios. España, por culpa de
la incapacidad de sus políticos obligados a remar contra corriente, es un
establecimiento anémico, como esos tristes bares de antaño.
Se confía en que la solución venga
de muy arriba, pero es evidente que la canciller Merkel es una persona criada
en la austeridad protestante e incapaz de grandeza. Hacen falta, pues,
estímulos generados desde el Estado y destinados a fomentar el sistema
productivo. Rebajando los salarios, aumentando la presión fiscal un poco por
aquí y otro poco por allá, en una palabra, disminuyendo el ya de por sí escaso
poder adquisitivo de los ciudadanos, el consumo seguirá sufriendo y la
pescadilla seguirá mordiéndose indefinidamente la cola. Alguien dijo un día
aquello de la imaginación al poder, y está claro que esa facultad esencial del
gobernante por aquí hace tiempo que se extinguió. Así nos luce el pelo. De
todos modos, “Gora San Fermín”.
Juan Bravo
Castillo. Domingo, 7 de julio de 2013
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